Aún no es mediodía y ya tengo las
pelotas más infladas que dos globos aerostáticos. De tener mis poderes,
seguramente habría reducido a cenizas todo este asilo y a los desgraciados que
lo llenan cada día.
Eran las seis de la mañana, ¡las
seis!, cuando la zumbada de Rosita se ha decidido por dedicarse a cantar ópera.
Quizás si no se hubiera puesto a gritar como si la estuvieran desollando con
cuchillos romos, me hubiera molestado un poquito menos. Las enfermeras y
celadores corriendo por los pasillos y gritándose unos a otros para controlar
la situación, tampoco es que hayan ayudado mucho a conciliar el sueño después.
Más tarde, cuando volvía a quedarme
dormido, el jodido Marcus Ingleton se ha puesto a cantar bingo, así... sin más
y como si no hubiera un mañana. No importa que no hubiera salido ni una puta
bola del bombo que estaba guardado en su mugrienta y destartalada caja, él
había logrado bingo sin terminar primero ni una jodida línea.
Cerca de las ocho, la pesada de
Marta se ha presentado en mi habitación con la primera tanda de pastillas.
"Sus chucherías" canturreaba encendiendo la puta luz que me taladró
el cerebro como si fuera un puto rayo láser. Para colmo, una de esas malditas
píldoras, la que es roja y del tamaño de un misil termonuclear de principios de
los ochenta, se me ha atragantado y casi me cuesta la vida y el orgullo. La
vida porque casi me ahogo y el orgullo, porque ha tenido que venir Ramón a la
habitación a hacerme la maniobra Heimlich, y espero y deseo con toda mi alma,
que lo que noté tan duro en su entrepierna, fuera la linterna con la que se
pasea por la noche.
Tras el incidente, volvía a
quedarme profundamente dormido cuando Rebeca entró para avisarme de que esta
mañana habían vuelto a poner las madalenas que tanto le gustan. Se lo digo cada
puto día de cada puta semana. Cada día hay madalenas. Cada día están duras como
piedras. Odio las putas madalenas.
Y cuando ya estaba claro que hoy
iba a ser un día de mierda, y que no iba a poder aliviar el dolor de la jodida
resaca que tengo gracias a la fiestecita privada de anoche, veo entrar por la
puerta de la residencia al maldito Ray. Sí, sí... el desgraciado, chulesco y
siempre perfecto Ray Oswald. Lo que nadie de aquí sabe es que se trata del
engreído y estúpido Gamma-Ray. El maldito idiota va ahora en silla de ruedas,
eléctrica por supuesto... Ese malnacido niño pijo... ¡Que se joda!
Si pudiera iría ahora mismo y le
vaciaría su bolsa de orina en la cara. El muy cabrón acaba de llegar y ya está
intentando engatusar a Myriam, la enfermera más guapa y joven. Y lo peor de
todo es que la muy tonta le sigue el juego... ¡Pero si es un viejo trasto que
no sirve para nada! Ya no tiene a Gamma, ya no tiene nada que ofrecerle al
mundo, por dios, si ni siquiera es capaz de tenerse en pie más de media hora
seguida.
Por si no tuviera suficiente con
mi propio infierno interno, a partir de ahora me va a tocar aguantar a ese
imbécil prepotente cada puto día del resto de mi ya jodida vida. ¿Quién me
mandaría a mí hacerme un día el puto superhéroe?
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