Leer antes de usar.

A todos aquellos que entran por primera vez debo decirles que, aunque la mayoría de las "aventuras" de Jubilated Man se pueden leer por separado debido a que son historias cortas, es recomendable comenzar desde el "día 1" e ir siguiendo el orden, pues es posible que en alguna historia se haga mención a hechos o personajes que podrían haber aparecido en "días" anteriores. También quiero aprovechar para advertir, que el lenguaje usado por nuestro personaje, podría no ser apto para sensibles y/o menores de edad. Sin más, les dejo con Jubilated Man. Disfruten cada domingo de una nueva página del diario.

domingo, 19 de abril de 2015

Día cuatro.

Aún no es mediodía y ya tengo las pelotas más infladas que dos globos aerostáticos. De tener mis poderes, seguramente habría reducido a cenizas todo este asilo y a los desgraciados que lo llenan cada día.

Eran las seis de la mañana, ¡las seis!, cuando la zumbada de Rosita se ha decidido por dedicarse a cantar ópera. Quizás si no se hubiera puesto a gritar como si la estuvieran desollando con cuchillos romos, me hubiera molestado un poquito menos. Las enfermeras y celadores corriendo por los pasillos y gritándose unos a otros para controlar la situación, tampoco es que hayan ayudado mucho a conciliar el sueño después.

Más tarde, cuando volvía a quedarme dormido, el jodido Marcus Ingleton se ha puesto a cantar bingo, así... sin más y como si no hubiera un mañana. No importa que no hubiera salido ni una puta bola del bombo que estaba guardado en su mugrienta y destartalada caja, él había logrado bingo sin terminar primero ni una jodida línea.

Cerca de las ocho, la pesada de Marta se ha presentado en mi habitación con la primera tanda de pastillas. "Sus chucherías" canturreaba encendiendo la puta luz que me taladró el cerebro como si fuera un puto rayo láser. Para colmo, una de esas malditas píldoras, la que es roja y del tamaño de un misil termonuclear de principios de los ochenta, se me ha atragantado y casi me cuesta la vida y el orgullo. La vida porque casi me ahogo y el orgullo, porque ha tenido que venir Ramón a la habitación a hacerme la maniobra Heimlich, y espero y deseo con toda mi alma, que lo que noté tan duro en su entrepierna, fuera la linterna con la que se pasea por la noche.

Tras el incidente, volvía a quedarme profundamente dormido cuando Rebeca entró para avisarme de que esta mañana habían vuelto a poner las madalenas que tanto le gustan. Se lo digo cada puto día de cada puta semana. Cada día hay madalenas. Cada día están duras como piedras. Odio las putas madalenas.

Y cuando ya estaba claro que hoy iba a ser un día de mierda, y que no iba a poder aliviar el dolor de la jodida resaca que tengo gracias a la fiestecita privada de anoche, veo entrar por la puerta de la residencia al maldito Ray. Sí, sí... el desgraciado, chulesco y siempre perfecto Ray Oswald. Lo que nadie de aquí sabe es que se trata del engreído y estúpido Gamma-Ray. El maldito idiota va ahora en silla de ruedas, eléctrica por supuesto... Ese malnacido niño pijo... ¡Que se joda!

Si pudiera iría ahora mismo y le vaciaría su bolsa de orina en la cara. El muy cabrón acaba de llegar y ya está intentando engatusar a Myriam, la enfermera más guapa y joven. Y lo peor de todo es que la muy tonta le sigue el juego... ¡Pero si es un viejo trasto que no sirve para nada! Ya no tiene a Gamma, ya no tiene nada que ofrecerle al mundo, por dios, si ni siquiera es capaz de tenerse en pie más de media hora seguida.

Por si no tuviera suficiente con mi propio infierno interno, a partir de ahora me va a tocar aguantar a ese imbécil prepotente cada puto día del resto de mi ya jodida vida. ¿Quién me mandaría a mí hacerme un día el puto superhéroe?

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