Leer antes de usar.

A todos aquellos que entran por primera vez debo decirles que, aunque la mayoría de las "aventuras" de Jubilated Man se pueden leer por separado debido a que son historias cortas, es recomendable comenzar desde el "día 1" e ir siguiendo el orden, pues es posible que en alguna historia se haga mención a hechos o personajes que podrían haber aparecido en "días" anteriores. También quiero aprovechar para advertir, que el lenguaje usado por nuestro personaje, podría no ser apto para sensibles y/o menores de edad. Sin más, les dejo con Jubilated Man. Disfruten cada domingo de una nueva página del diario.

domingo, 14 de junio de 2015

Día doce.

El día en que recibí mis poderes estuvo a punto de ser el último día de mi vida, pero vamos por partes.

En aquella época, yo era policía. Puedo asegurar que no lo era por vocación, ni por una antigua y absurda tradición familiar. Era policía porque, sin tener que estudiar una carrera durante años, era el trabajo que más se pagaba y en el que menos se curraba. Al menos eso pensé antes de entrar.

Aquél día, después de seis meses de dar la cara a diario por ricachonas desagradecidas, de enfrentarme a borrachos con botellas rotas y de pelearme una y otra vez con conductores que se pasaban las normas por el forro de las pelotas, me tocó la gran salida.

Hay policías que no la harán jamás en toda su carrera, pero todos saben que cualquier día les puede tocar. Es esa salida a la que nadie quiere asistir, ésa en la que las balas te rozan las orejas y en la que las tuyas pueden alcanzar a cualquier inocente que esté siendo usado como escudo.

En mi salida un grupo de atracadores, tras ser perseguidos durante varias calles, estrellaron su coche contra un autobús escolar. Los tres que quedaron vivos subieron a él, se parapetaron dentro y sin dejar que sus armas se enfriasen, siguieron disparando.

Y allí estaba yo, cagado de miedo, empuñando un arma que sabía que no iba a tener cojones de disparar con tanto inocente en juego, escuchando las balas impactar contra el coche que me hacía de protección, viendo cómo compañeros más osados, o más tontos según se mire, eran acribillados al asomar la cabeza.

Entonces la oí. Una niña gritó pidiendo ayuda. Uno de los ladrones la arrastraba fuera del autobús para coger un coche y seguir la huida. Creed lo que queráis, pero no fui capaz de salir tras ella. Nadie lo hizo, no tras ver morir a todo el que había tratado de ser un héroe.

Mientras lamentaba mi falta de coraje, los otros atracadores salieron para meterse en el coche de su compañero disparando al aire. Era mi día. Una de esas balas lanzadas al aire cayó segundos después impactando en mi cuello, a escasos milímetros de la yugular. En ese instante el tiempo se detuvo. Sin dolor, sin más balas sobrevolando mis oídos... creí que había muerto.

Y vi la luz creyendo que era el túnel que me llevaría al más allá. Pero aquella luz era distinta, yo no iba a ella, sino que ella venía a mí. Cuando la tuve cerca, sentí calor y paz. Lo siguiente que recuerdo es encontrarme volando tras el coche de los ladrones. Sus balas se movían a cámara lenta con lo que las esquivaba con facilidad. Sin saber cómo lo hice, ni por qué el poder vino a mí en ese momento, detuve el vehículo. Con fuerza sobrehumana aplasté los cráneos de los ladrones y salvé a la niña que se había desmayado.


Después de eso pasé meses escondido. Encerrado en casa. Asustado. Tenía miedo de tocar algo y romperlo, de echar a volar y no saber bajar de nuevo, hasta que un día vi en televisión a la niña que había salvado. La vi hablar del superhéroe que la salvó y de cómo le agradecía todo cuanto hizo por ella. Fue entonces cuando supe a lo que me dedicaría el resto de mi vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario