Esta tarde, estábamos en el salón
jugando al dominó, cuando en la radio han anunciado que Robert Bradford se
presentará a la alcaldía en las próximas elecciones. La reportera le hacía las
preguntas a la vez que le atacaba con descaro, cosa que me hubiera importado
bien poco de no ser porque sé quién es en realidad Bradford.
Hace cuarenta y tres años, la...
señora Bradford, llamémosla así, vivía enganchada a un medicamento para según
ella, perder unos kilitos. Dieta tras dieta, se quejaba una y otra vez de que
no lograba quitarse la grasa de la barriga.
Nueve meses de dietas y
ejercicios después dio a luz a su sobrepeso, una criatura de casi cinco kilos.
La sorpresa sobrevino cuando, al limpiarle, descubrieron que no tenía sexo. No
era niño, ni tampoco niña, era un ser asexuado carente por completo de
cualquier vestigio de órganos reproductores. Tras diversas pruebas concluyeron
que el sexo del bebé no había llegado a formarse en absoluto.
Sin saber si su pequeño bebé
debería vestir de azul o de rosa y, culpando de ello a la empresa farmacéutica
de las pastillas adelgazantes, la señora Bradford cayó en una obsesión indecisa
de duda y rabia. Pasaba de cuestionarse todo lo referente a su bebé, a gritar
de rabia despotricando contra la farmacéutica y sus conspiraciones para originar
un mundo lleno de asexuados.
Entre la falta de luces que ya
caracterizaba a la señora Bradford y sus crecientes crisis, no tardó mucho en
volverse loca del todo. Creía cada vez más que el mundo conspiraba en contra de
ella, y que unos seres del espacio exterior estaban dominando las grandes
multinacionales para conquistar el planeta. En su mente enferma, su hijo era el
primero de una serie de nacimientos que acabarían por reducir en número a la
raza humana debido a la imposibilidad de reproducirse. Con esa idea en mente se
dirigió, con su hijo de cuatro meses, hacia el puente de la calle Walter,
plenamente decidida a arrojarlo al río.
Aquél día me encontraba
sobrevolando la ciudad tratando de despejar mi mente, llevaba un día de perros
después de haber atrapado a Slime Fast y a Ungüento, y como en otras ocasiones,
lo único que me relajaba era volar de un lado a otro sin rumbo fijo.
Entonces la vi, con la cara
desencajada mirando al vacío. Algo en sus ojos llamó mi atención, aquella
mirada mezcla de horror, locura, desesperación y alivio, todo junto. Tras un
instante que pareció eterno, medio hipnotizado por esa extraña mirada, oí algo
caer al agua y todo cobró forma en mi cabeza.
Logré salvarle la vida a aquella
pequeña criatura. Tener aquél bebé en mis brazos fue la sensación más próxima
que tendré nunca, a la que debe sentir un padre cuando coge por primera vez a
su hijo. Me marcó de tal manera que, durante años, seguí de cerca su evolución
en casa de sus padres adoptivos. Le criaron con indiferencia a su sexo, dando
prioridad a lo que su nuevo hijo sentía.
Me alegra enormemente ver que por
fin ha encontrado su lugar en el mundo, sea cual sea.
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