Hoy hemos tenido un día horrible.
A primera hora ayudamos a desalojar un edificio en llamas, justo después saltó
la alarma en una joyería cercana e interrumpimos un atraco.
Por la tarde nos topamos con una
banda de narcotraficantes a la que, tras un tiroteo, logramos reducir y detener.
Cuando la policía llegó al almacén en que se escondían, los narcos estaban
atados y amordazados sobre una montaña de paquetes de cocaína.
El cansancio empezaba a hacer
estragos en nuestros arrugados cuerpos, los brazos cada vez más pesados, las
espaldas más cargadas, pero aún así salimos volando en cuanto nos llegó el
aviso de que un loco estaba pegando tiros en el parque de atracciones.
Cuando llegamos allí, María se
horrorizó por la matanza. Debían haber decenas de cuerpos ensangrentados en el
suelo. Eran cuerpos de hombres, mujeres y niños. Aquel malnacido disparaba de
forma indiscriminada a todo el que pasaba por delante de los cañones de sus
armas. Furiosos, fuimos siguiendo el rastro de cadáveres hasta dar con él. El
desgraciado iba cubierto con una armadura pesada como las que usan los
artificieros y empuñaba dos armas automáticas con las que seguía acribillando a
inocentes.
Sin pararnos a planear nada nos
lanzamos al ataque. Pero el cansancio nos jugó una mala pasada. María hizo uso
de su escudo electromagnético para esquivar las balas que nos estaba disparando
aquel loco, hasta ahí bien; el problema fue que las balas que nosotros
esquivamos gracias a la intervención de María, se desviaron y fueron a impactar
contra un grupo de estudiantes que se escondía detrás de una caseta de feria.
Al darse cuenta, María cayó al
suelo llorando desconsolada. La barrera que nos protegía cayó justo al tiempo
en que el resto lográbamos acercarnos al criminal y, acto seguido, Julius le
rompió la columna de un puñetazo dejándole completamente inmóvil de cabeza para
abajo.
Después de esa intervención Ray
desconectó la radio, recogimos a María y la llevamos de vuelta al asilo donde
terminó de pasar el día encerrada en su habitación. El resto de nosotros nos
quedamos en el salón, cada uno matando el tiempo a nuestra manera habitual,
pero todos tratando de no pensar en lo que había pasado.
Ahora temo haberme equivocado con
la idea de crear un grupo de héroes. Me asusta pensar que quizás no sean
capaces de superarlo. Yo sé que tendré que vivir con ello los días que me
queden de vida, otro peso más a la enorme mochila de cargas y responsabilidades
que ya llevo encima. Pero ¿ellos? ¿Podrán ellos soportar ese enorme sentido de
culpabilidad?
Tal vez sea buena idea sentarme a
hablar con ellos uno a uno. Replantearles lo que
somos y a lo que nos enfrentamos, bueno y malo. Y darles la oportunidad de que,
en caso de que no quieran seguir adelante, puedan abandonar antes de que algo
pese sobre su conciencia. Algo que podría destruir todas sus creencias.
María debe ser la primera de mi
lista, el problema será ser capaz de encontrar las palabras...
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