Leer antes de usar.

A todos aquellos que entran por primera vez debo decirles que, aunque la mayoría de las "aventuras" de Jubilated Man se pueden leer por separado debido a que son historias cortas, es recomendable comenzar desde el "día 1" e ir siguiendo el orden, pues es posible que en alguna historia se haga mención a hechos o personajes que podrían haber aparecido en "días" anteriores. También quiero aprovechar para advertir, que el lenguaje usado por nuestro personaje, podría no ser apto para sensibles y/o menores de edad. Sin más, les dejo con Jubilated Man. Disfruten cada domingo de una nueva página del diario.

domingo, 28 de junio de 2015

Día catorce.

Hoy hemos salido a patrullar, hemos sobrevolado las calles cercanas al asilo y simplemente nos hemos limitado a disfrutar en la tranquila noche, de un vuelo placentero. Esa paz que nos invadía me ha traído a la memoria mis primeras noches volando.

Semanas después de adquirir mis poderes y, una vez tuve plena confianza en ellos, cogí como costumbre echar a volar en las noches más despejadas. Podéis imaginar por un momento que acabáis de aprender a volar, ¿no estaríais ansiosos por descubrir cómo es el mundo desde arriba? Yo lo estaba, y cada noche saciaba esa ansia con largas horas de vuelo incesante en las que recorría kilómetros y kilómetros.

Algunas veces volaba entre las nubes, admirando las ciudades diminutas a cientos de metros por debajo. Pero otras disfrutaba alcanzando altas velocidades y pasando entre los edificios haciendo slalom. La cuestión era gozar de la libertad que el estar ahí arriba me aportaba. Eran momentos únicos.

Ahora me pregunto qué habrán sentido hoy la Liga de los Jubilados, personas que tras tener una larga vida en que han vivido todo tipo de emociones, comienzan una nueva vida cargada de sorpresas. Supongo que en parte siento envidia, les envidio por lo que aún les queda por descubrir de sus nuevas habilidades, por tener la posibilidad de ir poniéndose a prueba cada día un poquito más, asimilando poco a poco las nuevas cosas de que son capaces.

Y es que en el fondo, el mejor momento de un superhéroe, es cuando descubre sus poderes. Cuando poco a poco va rompiendo esos límites que, como ser humano siempre había tenido impuestos. Lo que viene después está muy bien: reconocimiento, satisfacción al ver el agradecimiento de las personas... pero no es ni remotamente lo mismo. El subidón de adrenalina, el nudo en el estómago, el sudor frío, el miedo; todo un sinfín de emociones a las que poco a poco te vas acostumbrando a la vez que las vas dejando de sentir, llegando a hacer las cosas como algo natural cuando en realidad, lo que estás haciendo es lo más sorprendente que nadie podría imaginar.


Al final todo es una rutina, como preparar un café o conducir al trabajo, dejas de apreciar los pequeños placeres que te aporta lo que haces por el simple hecho de poder hacerlo habitualmente, y estoy seguro de que ahí es donde reside el fallo, y ya no hablo sólo de los súper poderes, sino de todo, del día a día, de las pequeñas cosas que un día nos llenan y que con el tiempo van dejando de llenarnos sencillamente porque nos parecen normales. Nos habituamos a que nos abracen y dejamos de sentir calor en ello... manda cojones que me tenga que dar cuenta de esto ahora que estoy en las últimas etapas de mi vida... ¡Pues que le jodan! Pienso marcar la diferencia. Pienso disfrutar hasta de los grumos que la cocinera deja en las sopas de los jueves, se acabó el menospreciar los pequeños actos. De esta forma, cuando me llegue la hora, podré levantar mi dedo corazón y decirle a la muerte: "¡Que te jodan, voy a disfrutar de esto incluso más que tú!".

domingo, 21 de junio de 2015

Día trece.

Esta mañana algo en la rutina del asilo ha cambiado, y es que Rebeca no ha venido a avisarme de que había magdalenas. Hoy ha sido su ochenta y siete cumpleaños y como ya viene siendo costumbre en ella, por un día ha amueblado su cabeza.

Como cada año, su mente se recompone y se prepara para este día especial; el único día del año en que está totalmente lúcida. Por un día, aparte de olvidarse de su obsesión por las magdalenas, deja de lado sus locos bailes de salón en ropa interior en los que abraza a un bailarín imaginario. Su mirada, siempre perdida en el espacio infinito, era hoy clara y penetrante, decidida.

Hoy ha guardado en el armario su bata llena de agujeros y se ha arreglado con un bonito vestido que mañana volverá a guardar hasta el año que viene. También se ha recogido el pelo e incluso se ha atrevido con un ligero maquillaje.

Todos la miraban hoy con ojos distintos, con la alegría que ella misma les contagiaba, y es que durante un día al año, Rebeca es la personificación de la alegría. Viéndola hoy, cualquiera pensaría que es una anciana llena de vida y energía.

Durante las primeras horas de la mañana ha ido arriba y abajo hablando con unos y otros, y tarareando canciones de cuna mientras caminaba y siempre, con una sonrisa grabada en la cara. Más tarde, después de comer, ha vuelto a arreglarse el pelo y a retocarse el maquillaje, se ha puesto unas gotas de perfume y se ha sentado en una silla mirando a través de la ventana.

Poco después ha llegado el motivo de su reajuste mental; su hija ha venido a verla acompañada de sus dos nietas y durante el resto de la tarde, Rebeca ha estado jugando y charlando con ellas.

Al anochecer han vuelto a casa, dejando a Rebeca sola de nuevo, momento en que su mirada se ha llenado con el brillo de las lágrimas contenidas. Poco a poco, conforme la luz en la calle se iba extinguiendo, Rebeca iba perdiendo el brillo en sus ojos y reduciendo su sonrisa.

Más tarde subió a su habitación, se quitó el vestido, se desmaquilló y guardó el perfume en un cajón, y junto a él, la alegría del día de su cumpleaños quedó guardada de nuevo en la cómoda de su habitación, como si fuera un accesorio decorativo más.


Sé que mañana volverá a entrar en mi habitación para avisarme de que hay magdalenas para desayunar y no puedo dejar de preguntarme por qué. Por qué el ritmo de vida de unos apartan de otros la medicina que tanto bien les hace. Por qué las visitas, los abrazos y la compañía se sirve como si viniera en sobres mono dosis. Entonces siento asco y me pregunto de nuevo si vale la pena salvar el mundo, o si por el contrario es mejor dejar que estalle todo de golpe. En momentos como éste, entiendo a muchos de los supervillanos a los que he detenido a lo largo de mi vida.

domingo, 14 de junio de 2015

Día doce.

El día en que recibí mis poderes estuvo a punto de ser el último día de mi vida, pero vamos por partes.

En aquella época, yo era policía. Puedo asegurar que no lo era por vocación, ni por una antigua y absurda tradición familiar. Era policía porque, sin tener que estudiar una carrera durante años, era el trabajo que más se pagaba y en el que menos se curraba. Al menos eso pensé antes de entrar.

Aquél día, después de seis meses de dar la cara a diario por ricachonas desagradecidas, de enfrentarme a borrachos con botellas rotas y de pelearme una y otra vez con conductores que se pasaban las normas por el forro de las pelotas, me tocó la gran salida.

Hay policías que no la harán jamás en toda su carrera, pero todos saben que cualquier día les puede tocar. Es esa salida a la que nadie quiere asistir, ésa en la que las balas te rozan las orejas y en la que las tuyas pueden alcanzar a cualquier inocente que esté siendo usado como escudo.

En mi salida un grupo de atracadores, tras ser perseguidos durante varias calles, estrellaron su coche contra un autobús escolar. Los tres que quedaron vivos subieron a él, se parapetaron dentro y sin dejar que sus armas se enfriasen, siguieron disparando.

Y allí estaba yo, cagado de miedo, empuñando un arma que sabía que no iba a tener cojones de disparar con tanto inocente en juego, escuchando las balas impactar contra el coche que me hacía de protección, viendo cómo compañeros más osados, o más tontos según se mire, eran acribillados al asomar la cabeza.

Entonces la oí. Una niña gritó pidiendo ayuda. Uno de los ladrones la arrastraba fuera del autobús para coger un coche y seguir la huida. Creed lo que queráis, pero no fui capaz de salir tras ella. Nadie lo hizo, no tras ver morir a todo el que había tratado de ser un héroe.

Mientras lamentaba mi falta de coraje, los otros atracadores salieron para meterse en el coche de su compañero disparando al aire. Era mi día. Una de esas balas lanzadas al aire cayó segundos después impactando en mi cuello, a escasos milímetros de la yugular. En ese instante el tiempo se detuvo. Sin dolor, sin más balas sobrevolando mis oídos... creí que había muerto.

Y vi la luz creyendo que era el túnel que me llevaría al más allá. Pero aquella luz era distinta, yo no iba a ella, sino que ella venía a mí. Cuando la tuve cerca, sentí calor y paz. Lo siguiente que recuerdo es encontrarme volando tras el coche de los ladrones. Sus balas se movían a cámara lenta con lo que las esquivaba con facilidad. Sin saber cómo lo hice, ni por qué el poder vino a mí en ese momento, detuve el vehículo. Con fuerza sobrehumana aplasté los cráneos de los ladrones y salvé a la niña que se había desmayado.


Después de eso pasé meses escondido. Encerrado en casa. Asustado. Tenía miedo de tocar algo y romperlo, de echar a volar y no saber bajar de nuevo, hasta que un día vi en televisión a la niña que había salvado. La vi hablar del superhéroe que la salvó y de cómo le agradecía todo cuanto hizo por ella. Fue entonces cuando supe a lo que me dedicaría el resto de mi vida.

domingo, 7 de junio de 2015

Día once.

La liga de los jubilados ha sido portada en algunos de los periódicos locales de hoy. En la foto aparece Julius con sus enormes guantes machacacráneos golpeando a un enorme tipo armado con una escopeta. Enfocando la vista, puede verse la sonrisa de satisfacción de Julius mientras golpea a su víctima.

Era una tarde tranquila y habíamos aprovechado para probar los inventos que acababan de llegarnos de la empresa de Ray, junto con nuestros flamantes trajes nuevos. Roberto se hizo con los controles de vuelo de su andador propulsado al instante, como si lo hubiera manejado toda la vida. Por su parte, Julius casi tira abajo una columna probando sus nuevos guantes robotizados.

Mientras todos jugábamos un poco con nuestras nuevas "armas", Ray trataba de sintonizar la emisora de la policía con la radio que había mandado instalar, en su ya equipada silla de ruedas. Cuando lo logró comenzamos a oír los avisos. Una banda de atracadores estaba robando un banco muy cercano a la residencia. Estaban fuertemente armados y los primeros policías en llegar esperaban agazapados la llegada de las fuerzas de élite.

Como si nos hubiéramos dedicado a ello toda  la vida, una sola mirada bastó para ponernos de acuerdo en que esa iba a ser nuestra primera misión. Nos enfundamos nuestros trajes y echamos a volar por la ventana con ayuda de nuestros aparatos.

Nada más llegar al banco, aterrizamos en la azotea con cuidado de no ser vistos. María usó el láser instalado en sus gafas para quemar la cerradura de la puerta y permitirnos así el paso al interior. Una vez dentro, nos situamos junto a un ventanal desde el que podíamos ver el interior del banco y a los ladrones amenazar a los rehenes.

Ray transformó su silla en un planeador con una plataforma en la que Leonor podría montarse para ir golpeando con su barra a los atracadores. Roberto preparó los lanzagranadas de su andador con bombas de humo, y el resto nos equipamos nuestros visores térmicos.

Una vez preparados, María hackeó el sistema de seguridad y apagó las luces y yo hice estallar el cristal del ventanal con las vibraciones de los aparatos instalados en mis manos. A la lluvia de cristales le siguió una granada de humo que desconcertó a los ladrones y mientras, nosotros aprovechamos el desconcierto y la oscuridad para lanzarnos al ataque.

El resto fueron puñetazos, golpes de bastón y alguna bala perdida que acabó incrustada en el techo. Solventamos el asunto dejando inconscientes y atados a los ladrones y nos marchamos por donde vinimos, sin testigos. Sin víctimas. Lo único que María no desconectó fueron las cámaras de seguridad, que grabaron con visión nocturna toda la acción.


Hoy hemos enviado una carta en nombre de la Liga de los Jubilados informando de nuestra intervención. Mañana todo serán alabanzas hacia la liga, vítores y publicidad infinita. A partir de mañana, cada uno de nosotros será bautizado por los periodistas con un nuevo nombre acorde a sus poderes. Es algo que ya he visto antes en incontables ocasiones y, por Dios, ¡cuánto lo he echado de menos!