Leer antes de usar.

A todos aquellos que entran por primera vez debo decirles que, aunque la mayoría de las "aventuras" de Jubilated Man se pueden leer por separado debido a que son historias cortas, es recomendable comenzar desde el "día 1" e ir siguiendo el orden, pues es posible que en alguna historia se haga mención a hechos o personajes que podrían haber aparecido en "días" anteriores. También quiero aprovechar para advertir, que el lenguaje usado por nuestro personaje, podría no ser apto para sensibles y/o menores de edad. Sin más, les dejo con Jubilated Man. Disfruten cada domingo de una nueva página del diario.

lunes, 27 de julio de 2015

Día dieciocho.

Esta tarde, estábamos en el salón jugando al dominó, cuando en la radio han anunciado que Robert Bradford se presentará a la alcaldía en las próximas elecciones. La reportera le hacía las preguntas a la vez que le atacaba con descaro, cosa que me hubiera importado bien poco de no ser porque sé quién es en realidad Bradford.

Hace cuarenta y tres años, la... señora Bradford, llamémosla así, vivía enganchada a un medicamento para según ella, perder unos kilitos. Dieta tras dieta, se quejaba una y otra vez de que no lograba quitarse la grasa de la barriga.

Nueve meses de dietas y ejercicios después dio a luz a su sobrepeso, una criatura de casi cinco kilos. La sorpresa sobrevino cuando, al limpiarle, descubrieron que no tenía sexo. No era niño, ni tampoco niña, era un ser asexuado carente por completo de cualquier vestigio de órganos reproductores. Tras diversas pruebas concluyeron que el sexo del bebé no había llegado a formarse en absoluto.

Sin saber si su pequeño bebé debería vestir de azul o de rosa y, culpando de ello a la empresa farmacéutica de las pastillas adelgazantes, la señora Bradford cayó en una obsesión indecisa de duda y rabia. Pasaba de cuestionarse todo lo referente a su bebé, a gritar de rabia despotricando contra la farmacéutica y sus conspiraciones para originar un mundo lleno de asexuados.

Entre la falta de luces que ya caracterizaba a la señora Bradford y sus crecientes crisis, no tardó mucho en volverse loca del todo. Creía cada vez más que el mundo conspiraba en contra de ella, y que unos seres del espacio exterior estaban dominando las grandes multinacionales para conquistar el planeta. En su mente enferma, su hijo era el primero de una serie de nacimientos que acabarían por reducir en número a la raza humana debido a la imposibilidad de reproducirse. Con esa idea en mente se dirigió, con su hijo de cuatro meses, hacia el puente de la calle Walter, plenamente decidida a arrojarlo al río.

Aquél día me encontraba sobrevolando la ciudad tratando de despejar mi mente, llevaba un día de perros después de haber atrapado a Slime Fast y a Ungüento, y como en otras ocasiones, lo único que me relajaba era volar de un lado a otro sin rumbo fijo.
Entonces la vi, con la cara desencajada mirando al vacío. Algo en sus ojos llamó mi atención, aquella mirada mezcla de horror, locura, desesperación y alivio, todo junto. Tras un instante que pareció eterno, medio hipnotizado por esa extraña mirada, oí algo caer al agua y todo cobró forma en mi cabeza.

Logré salvarle la vida a aquella pequeña criatura. Tener aquél bebé en mis brazos fue la sensación más próxima que tendré nunca, a la que debe sentir un padre cuando coge por primera vez a su hijo. Me marcó de tal manera que, durante años, seguí de cerca su evolución en casa de sus padres adoptivos. Le criaron con indiferencia a su sexo, dando prioridad a lo que su nuevo hijo sentía.


Me alegra enormemente ver que por fin ha encontrado su lugar en el mundo, sea cual sea.

domingo, 19 de julio de 2015

Día diecisiete.

Esta noche no hay pastillas que me ayuden a dormir. Cada vez que cierro los ojos, un sonido intermitente invade mi mente. Es un crujido, el de un cuello rompiéndose y que suena una y otra vez, y otra, y otra...

Cuando ya no soporto el dar otra vuelta más en la cama me levanto y voy a sentarme frente al ventanal del salón. Afuera, el sol comienza a despuntar trayendo un nuevo día.

De alguna forma extraña en el asilo todo es silencio, no se oye ni el volar de un mosquito, y todo este silencio no hace más que empeorar la sensación que noto dentro de mí. Es como un vacío, como un agujero que engulle lo que llevo dentro, destrozando mi alma. Es la culpabilidad, y tal vez arrepentimiento; pero sé que no hay vuelta atrás. Tal vez mis últimas decisiones no hayan sido las más adecuadas o las más correctas para vivir feliz y sin culpa, pero han sido las decisiones que alguien tenía que tomar. ¿O no?

No puedo dejar de darle vueltas a ello. Todos podemos ayudar, todos podemos salvar e incluso retener a alguien culpable de algo para que sea juzgado. Desde ese punto de vista, cualquiera puede ser un héroe. Pero ¿quién nos da la libertad de segar una vida? ¿Quién nos permite ser el verdugo?

El engranaje en mi cabeza sigue dando vueltas a lo mismo cuando de pronto, la luz del salón se enciende. Es Myriam que ya comienza la rutina del día. Sorprendida, se me acerca y me pregunta qué hago ahí sentado tan temprano. Miento diciéndole que he dormido demasiado y que necesitaba estirar las piernas un momento. Ella me sonríe y me dice que debe ir a despertar a los más perezosos porque "alguien tiene que hacerlo", y se marcha.

Alguien tiene que hacerlo. Siempre hay alguien que tiene que hacer lo que a los demás no nos gusta. Siempre hay alguien que tiene que hacer cosas que a todos molestan. Desde el que tiene que sacar la basura, hasta el que tiene que poner una inyección letal. Y todo se resume en una sola frase, tanto las cosas más tontas e insignificantes, como las más horribles: "alguien tiene que hacerlo".

¿Será así? Lo hice porque alguien tenía que hacerlo. Acabé con la vida de un ser vivo porque alguien tenía que hacerlo. Alguien tenía que hacerlo.

Todas estas dudas, toda esa cantinela repitiéndose una y otra vez en mi cabeza me llevan a un mismo punto. Alguien tiene que ser el malo. ¿Me ha tocado a mí ser ése tipo de malo? ¿O he sido yo mismo quien lo ha elegido?

Ray llega entonces con su silla y se coloca a mi lado. Me mira y me dice más con sólo una mirada de lo que podría haberme dicho con palabras. Sabe lo que está pasando en mi cabeza, me comprende, me apoya. Y simplemente se queda ahí sentado, a mi lado, viendo cómo termina de amanecer.


Pero ¿es eso lo que quiere transmitirme Ray, o es lo que yo quiero entender?

domingo, 12 de julio de 2015

Día dieciséis.

Esta tarde estábamos tomando el té viendo el programa de Ana Clavel: "amor de cartera" cuando, la alarma que Ray había conectado con la emisora de la policía empezó a pitar. A toda prisa nos reunimos en la habitación y pudimos oír que Infame había vuelto a escapar de prisión y estaba haciendo de las suyas por el centro de la ciudad.

Tras un largo vuelo desde la urbanización en la que está la residencia llegamos a la ciudad y enseguida vimos el desastre que estaba causando Infame. Tenía un edificio entero cubierto de moho negro y varias calles de los alrededores estaban infestadas de hongos. La policía intentaba entrar en la zona, pero el moho les atrapaba enseguida convirtiéndolos en setas gigantes.

Así era el modus operandi de Infame, uno de los más viejos supervillanos que aún seguía en activo. Se presentaba en cualquier lugar como un personajillo enclenque y asustadizo y, cuando lo creía oportuno, comenzaba a expulsar moho de su trasero. Eran... pedos mohosos. Éstos contaminaban todo el área cubriéndolo todo de un manto negro viscoso que, al entrar en contacto con cualquier ser vivo lo consumía, dejando en su lugar una asquerosa seta de podredumbre que lanzaba nuevas esporas que, a su vez, contaminarían zonas nuevas. Alguien, no recuerdo quien, inventó un sistema para retenerle como prisionero. Éste era capaz de filtrar lo que saliera del recto  para evitar cualquier tipo de escape de gas moho. Por lo visto, de algún modo Infame había logrado deshacerse del filtro escapando así de prisión por enésima vez.

Y allí estaba, dentro de la recepción de un hotel cinco estrellas soltando todo lo que llevaba dentro. Por otro lado, allí estábamos nosotros también. La Liga de los Jubilados lista para salvar al mundo.

En cuanto Ray preparó unas máscaras para aislarnos de las esporas entramos en acción. Y la verdad, no fue nada difícil acabar con Infame. Un puñetazo de los guantes machacacráneos de Julius le dejó fuera de combate. Una vez noqueado, Roberto echó a volar con su andador para volver poco después con el filtro antimoho que retendría a Infame. Tan sólo teníamos que introducir los veintisiete centímetros de filtro por... sí, por ahí. Todos nos miramos esperando quién sería el que daría un paso al frente. Nadie lo hizo, así que recordé lo que tantas veces hemos sufrido los que nos dedicábamos a salvar inocentes, los villanos siempre acaban volviendo.

Un ratero robará cuando tenga hambre, un pandillero matará cuando se vea acorralado, pero un villano convierte el crimen en su forma de vida. Un villano nunca cambia. Así que hice lo que tenía que hacer. Marqué la diferencia y le rompí el cuello. No más Infame. No más gas moho.


Al principio, todos me miraron extrañados pero tras una charla les recordé que ése era uno de nuestros principios. Una de las bases sobre las que creamos la Liga de los Jubilados. A diferencia del resto de héroes, nosotros no dejamos que el mal vuelva para vengarse. Todos parecen haberlo entendido bien, pero horas más tarde, mientras cenábamos viendo "Las medias largas" sentí que quizás ya no me miran como antes. Es como... como si desconfiaran de mí.

lunes, 6 de julio de 2015

Día quince.

Hoy estaba viendo las noticias y en una conexión con uno de los reporteros, éste ha empezado a preguntar a la gente su opinión sobre la Liga de los Jubilados. Había respuestas para todos los gustos, desde los que nos toman por locos, hasta los que declaran que ya era hora de que alguien volviera a poner a los delincuentes en su sitio. Cómo se ha llegado a esto es algo que aún me pregunto de vez en cuando.

En mis años de gloria, había superhéroes por todas partes, siempre a punto para salvarle el culo a alguien. Pero llegó un punto en que comenzó una especie de decadencia, éramos demasiados, supongo.

Todo comenzó a ir mal cuando unos cuantos quisieron usar sus poderes para hacer negocio, firmando contratos con empresas privadas para velar por sus intereses, o anunciando productos en televisión. Incluso hubo quien se atrevió con su propia marca de perfume, esencia de rayos.

En esa época, algunos villanos llegaron a cometer sus delitos a tan solo unos metros de donde se encontraban los súpers con total impunidad. Los anteriormente considerados héroes les dejaban hacer "porque ya no era su trabajo". Así, la sociedad comenzó a perder la confianza en nosotros. Nos convertimos en apestados, cuando algo malo ocurría, la culpa era nuestra por no hacer nada. Lo que la gente no sabía es que si los que seguíamos luchando desinteresadamente no hacíamos nada en alguna situación, era porque estábamos a kilómetros de allí solucionando otro problema.

Todo esto conllevó a que quienes quedaban dando la cara día a día sin más salario que el agradecimiento público, comenzaran a desanimarse. El desánimo les llevaba a actuar menos e incluso alguno llegó a colgar el hábito. Todo fue como una bola de nieve que se hacía más y más grande a medida que la situación empeoraba.

Luego vinieron las tensiones entre los súper grupos, tras lo que acabaron por echar el cierre. El mundo se quedó prácticamente sin héroes, y los que quedábamos éramos cada vez más viejos.

Conforme siguió pasando el tiempo, algunos perdimos nuestros poderes y tuvimos que abandonar la profesión. Otros se volvieron lentos y acabaron machacados por sus némesis. Y ahora, desgraciadamente, sólo quedan aquellos que de bien jóvenes quisieron seguir los pasos de algunos de nosotros. Sangre nueva que, por lo general sólo conoce la época de gloria súper heroica por las viejas historias que les han contado.

Esos chicos no lo hacen mal, pero con el mundo cada vez más corrompido, su trabajo se hace cada día más difícil. El problema ya no es la cantidad de villanos queriendo dominar el mundo, sino que la raza humana parece haber renegado a su propia humanidad. Ya nadie se ayuda, todo lo que hay es desconfianza entre unos y otros. Y egoísmo, mucho egoísmo.


Pero sé que tiene que haber algo más ahí fuera. Algo más que gente mirando su propio ombligo y, tarde o temprano la Liga de los Jubilados lo sacará a relucir, estoy convencido.