Leer antes de usar.

A todos aquellos que entran por primera vez debo decirles que, aunque la mayoría de las "aventuras" de Jubilated Man se pueden leer por separado debido a que son historias cortas, es recomendable comenzar desde el "día 1" e ir siguiendo el orden, pues es posible que en alguna historia se haga mención a hechos o personajes que podrían haber aparecido en "días" anteriores. También quiero aprovechar para advertir, que el lenguaje usado por nuestro personaje, podría no ser apto para sensibles y/o menores de edad. Sin más, les dejo con Jubilated Man. Disfruten cada domingo de una nueva página del diario.

domingo, 26 de abril de 2015

Día cinco.

Me despierto cubierto de sudor y sobresaltado. He vuelto a soñar con él. Apenas recordaba cuándo fue la última vez que se me apareció en sueños, pero ha sido él, estoy seguro. Ese maldito Dreamer se me escapó tantas veces, que pasó a formar parte de mis pesadillas.

Dreamer nació con un poder extraordinario, podía introducirse en los sueños de la gente y hacer en ellos lo que quería, llegando incluso a causar cambios en el comportamiento de la persona. De ésta manera podía lograr que el vigilante de un furgón de seguridad, asesinara a sus compañeros y le hiciera entrega de las bolsas de dinero que transportaban.

Su peculiar forma de actuar hacía realmente difícil descubrirle pero un día, acabó cayendo en mi trampa. Tras haber escuchado las declaraciones de varias de sus víctimas, hablé con la televisión y grabamos un anuncio especial en el que le retaba a atacarme. Estuvo en emisión por más de una semana hasta que finalmente, apareció en mis sueños.

Enseguida lo volvió todo negro, un vacío absoluto en el que sentí mucho frío. Luego apareció él riendo tranquilamente. Traté de saltarle encima pero no podía moverme, con sus poderes me había encadenado manos y pies a un vacío inamovible. Por más que tiraba y forcejeaba, las invisibles cadenas no se rompían. Dreamer siguió burlonamente paseándose a mi alrededor. Se regodeaba del poder que le daba el subconsciente humano, de lo invencible que era en los sueños y eso, me llenaba aún más de furia.

Me hizo eso noche tras noche hasta que finalmente, comprendí el funcionamiento de su juego. Él se introducía en la mente de quienes dormían, y allí lo controlaba todo de forma que podía causar todo tipo de emociones al durmiente. Miedo, rabia, alegría... Todo ello sólo con sus creaciones dentro del sueño. Y ahí estaba la clave, en un sueño, nada es real. Todo es gobernable, todo se puede cambiar.

Así, cuando volvió aquella noche pude deshacerme de las cadenas con el poder de mi mente. Lo deseé con todo el poder de mi mente y recuperé mis súper-poderes, pudiendo hacer uso de ellos dentro del mismo sueño. Allí tuvimos una batalla épica, en la que él me atacaba con dragones y mil armas inventadas. Pero yo no me dejé llevar por las imágenes que veía y me esforcé por mantener la conexión con mi mente despierta, diciéndome a mí mismo, que no era más que un sueño.

Finalmente le vencí. Pero lo que me hizo obtener a mí la fuerza en el sueño, le hizo a su vez salir airoso, pues todo aquel combate no había sido más que fruto de nuestra imaginación. Por más veces que le golpeé, jamás llegué a rozar su auténtico cuerpo físico. Lo único que logré fue vencer a su cuerpo astral y eso, no fue una victoria.


Aún hoy me atormenta el recuerdo de no haber sido capaz de vencerle y él lo sabe, por eso de vez en cuando se deja ver en mis sueños. Para recordarme que sigue ahí, y que toda mi súper-fuerza, jamás fue capaz de derrotar al poder de su mente.

domingo, 19 de abril de 2015

Día cuatro.

Aún no es mediodía y ya tengo las pelotas más infladas que dos globos aerostáticos. De tener mis poderes, seguramente habría reducido a cenizas todo este asilo y a los desgraciados que lo llenan cada día.

Eran las seis de la mañana, ¡las seis!, cuando la zumbada de Rosita se ha decidido por dedicarse a cantar ópera. Quizás si no se hubiera puesto a gritar como si la estuvieran desollando con cuchillos romos, me hubiera molestado un poquito menos. Las enfermeras y celadores corriendo por los pasillos y gritándose unos a otros para controlar la situación, tampoco es que hayan ayudado mucho a conciliar el sueño después.

Más tarde, cuando volvía a quedarme dormido, el jodido Marcus Ingleton se ha puesto a cantar bingo, así... sin más y como si no hubiera un mañana. No importa que no hubiera salido ni una puta bola del bombo que estaba guardado en su mugrienta y destartalada caja, él había logrado bingo sin terminar primero ni una jodida línea.

Cerca de las ocho, la pesada de Marta se ha presentado en mi habitación con la primera tanda de pastillas. "Sus chucherías" canturreaba encendiendo la puta luz que me taladró el cerebro como si fuera un puto rayo láser. Para colmo, una de esas malditas píldoras, la que es roja y del tamaño de un misil termonuclear de principios de los ochenta, se me ha atragantado y casi me cuesta la vida y el orgullo. La vida porque casi me ahogo y el orgullo, porque ha tenido que venir Ramón a la habitación a hacerme la maniobra Heimlich, y espero y deseo con toda mi alma, que lo que noté tan duro en su entrepierna, fuera la linterna con la que se pasea por la noche.

Tras el incidente, volvía a quedarme profundamente dormido cuando Rebeca entró para avisarme de que esta mañana habían vuelto a poner las madalenas que tanto le gustan. Se lo digo cada puto día de cada puta semana. Cada día hay madalenas. Cada día están duras como piedras. Odio las putas madalenas.

Y cuando ya estaba claro que hoy iba a ser un día de mierda, y que no iba a poder aliviar el dolor de la jodida resaca que tengo gracias a la fiestecita privada de anoche, veo entrar por la puerta de la residencia al maldito Ray. Sí, sí... el desgraciado, chulesco y siempre perfecto Ray Oswald. Lo que nadie de aquí sabe es que se trata del engreído y estúpido Gamma-Ray. El maldito idiota va ahora en silla de ruedas, eléctrica por supuesto... Ese malnacido niño pijo... ¡Que se joda!

Si pudiera iría ahora mismo y le vaciaría su bolsa de orina en la cara. El muy cabrón acaba de llegar y ya está intentando engatusar a Myriam, la enfermera más guapa y joven. Y lo peor de todo es que la muy tonta le sigue el juego... ¡Pero si es un viejo trasto que no sirve para nada! Ya no tiene a Gamma, ya no tiene nada que ofrecerle al mundo, por dios, si ni siquiera es capaz de tenerse en pie más de media hora seguida.

Por si no tuviera suficiente con mi propio infierno interno, a partir de ahora me va a tocar aguantar a ese imbécil prepotente cada puto día del resto de mi ya jodida vida. ¿Quién me mandaría a mí hacerme un día el puto superhéroe?

domingo, 12 de abril de 2015

Día tres.

Ésta tarde ha venido Thomas, el hijo de Julius. El cabrón parece una sanguijuela y, su pelo engominado y los dos litros de Old Spice que se rocía por encima, no son más que partes de un disfraz que tiene bien ensayado. Con su sonrisa de buitre carroñero se pavonea por el asilo como si con ello pudiera salvar vidas. Siento náuseas con sólo recordarlo.

En un rincón, Julius le espera ansioso por ver a sus nietos, pero una vez más el malnacido no los trae consigo. Según el muy idiota, el ambiente es muy triste para unos niños. ¿Se te ha ocurrido pensar que es muy triste porque nadie viene a alegrarnos el puto día, señorito Old Spice?

Durante un rato, Julius deja de lado el puzzle que estaba haciendo y charla distraídamente con su hijo. Pero entonces, cuando parece que Julius empieza a recordar tiempos mejores, suena una alarma en el reloj de Thomas. "Ya han pasado los veinte minutos, me tengo que ir". Como os lo cuento. Como si fuera la hora de visitas de una prisión, el desgraciado se programa una alarma para no pasar demasiado tiempo con el hombre que le dio la vida, el tipo que le dio todo cuanto pudo para que hoy, el estúpido pueda rociarse con su Old Spice.

Cuando pasa por mi lado estoy a punto de ponerle la zancadilla y hacer que se descoyunte los cuernos contra el marco de la puerta. Pero miro a Julius, que conoce bien mis malhumorados prontos vengativos, y me hace un gesto con la mirada. Te dejo escapar hoy, Thomas, pero tus fechorías serán castigadas pronto, algún día...

Así, Thomas se marcha dejando su perfumada nube en el aire sin ni siquiera mirar atrás. Miro sus andares chulescos y deseo que tropiece con algo, que caiga, o que pise una mierda del tamaño de Arizona y se hunda en ella me da igual, pero que sufra. Desgraciadamente, cuanto más egoísta seas en la vida más parece que ésta te proteja. Es como si un halo anti-desgracias envolviera a todos y cada uno de los malnacidos del mundo. Pensadlo bien, en su huida un ladrón mata a un policía, logra darse a la fuga y se larga a otro país a vivir de su botín; pero amigo... si en lugar de eso el policía se defiende y el ladrón muere aunque sea por accidente en la refriega, el policía se verá sin trabajo y repudiado, y eso si tiene suerte de no acabar en la cárcel. Está claro que ser héroe sale caro, si no mírame a mí.

Al otro lado, Julius, me dice que me acerque. Lo hago y al llegar a él me enseña a escondidas una petaca que acto seguido, me entrega por debajo de la mesa. Es lo único que me gusta de las visitas de Thomas, el whiskey que siempre le trae de contrabando a su padre. No, no penséis mal del cabrito Thomas. En el fondo no tiene corazoncito como se podría creer viendo sus actos de "caridad". Julius tiene una cirrosis grave y el consumo de alcohol podría llevarlo a la muerte, Thomas lo sabe perfectamente y por suerte, Julius también. Así que en cada visita, Thomas le hace entrega a su padre del veneno con el que espera matarlo, en cuanto se marcha, Julius me lo regala a mí haciendo que el veneno se convierta en el agua de los dioses.

Julius me cae bien, me gusta la gente que se aferra a la vida para joder la de cualquier desgraciado que no merece la suya.


Esta noche beberé a la salud de Thomas, para que siga trayendo petacas a su padre.

domingo, 5 de abril de 2015

Día dos.

Hoy ha muerto Plasticwoman. En los periódicos han puesto una fotografía de hace unos días, su piel cuelga como la de cualquier anciana, pero con toda esa silicona resulta más grotesco, más artificial. Dicen que ha muerto al caer por las escaleras de su casa y tiene gracia porque antiguamente, era capaz de rebotar contra el suelo tras saltar de un tercer piso.

Ella era una mujer normal, pero se volvió adicta a las operaciones de cirugía estética. En total se practicó 783 operaciones. Jamás se desveló la cantidad de silicona que introdujo en su cuerpo, pero lo que sí sé, es que todo ese plástico la trastornó. Toda esa química debió afectar a su organismo e hizo que adquiriese habilidades sobrehumanas.

Las operaciones la arruinaron, pero ella quería seguir haciéndose más y más cambios. Esto la llevó a la delincuencia. De la noche a la mañana la que habría sido una mujer enferma, se convirtió en una súper-villana. Comenzó con asaltos pequeños, a transeúntes, taxistas, pequeñas tiendas... Luego empezó con los bancos, las joyerías... Para Plasticwoman no existía el miedo. Hacía frenar las balas en su cuerpo de plástico y, si intentaban golpearla con un ataque cuerpo a cuerpo, la silicona les hacía rebotar con fuerza hacia atrás.

La policía no podía hacer nada contra ella, así que me tocó hacerlo a mí. En incontables ocasiones me enfrenté a ella. Y siempre tenía que hacer uso de mi súper-fuerza para sostenerla hasta que la esposaban. Me gustaba sostenerla, olía bien y estaba blandita. Podría decir que es la mujer que más veces he abrazado.

En una ocasión de debilidad, creí estar enamorado de ella. Incluso traté de hablar con ella y hacerla cambiar su actitud. Pero estaba completamente loca. Sólo pensaba en su próximo asalto para operarse de nuevo. Aquella vez la dejé escapar y eso hizo que, durante un tiempo, la policía intentase atraparme. Fue mi etapa oscura pero por suerte, duró poco. Enseguida volví a sentar la cabeza y salí de nuevo con la intención de capturarla.

Tardé tres días en encontrarla, se había ocultado en una fábrica de silicona para prótesis. Aquella batalla fue memorable, nos lanzábamos el uno al otro, dándonos sacudidas aquí y allá y derribando tanques enormes de silicona. El suelo estaba tan resbaladizo que tuvimos que proseguir la lucha en el tejado, todo ello sin darnos cuenta de que en el interior de la fábrica había comenzado un incendio.

Para cuando nos percatamos, la estructura ya estaba muy dañada y el tejado a nuestros pies se vino abajo. Yo podía volar y no tenía problemas, pero ella cayó al vacío. Y abajo sólo las llamas la esperaban. Por un instante dudé, pensé en dejarla caer y acabar así con ella y con la posibilidad de volver a sufrir otro enamoramiento. Pero el héroe que había en mí enseguida reaccionó echando a volar para salvarla. Ella me abrazó tan fuerte mientras volaba para ponerla a salvo que, por un momento, volví a sentir que la quería. Pero fiel a mi posición, la entregué a la policía una vez más.

Sin darme cuenta, una lágrima cae sobre su foto en el periódico. Va a llover, lo noto por el dolor en los huesos. Mejor que me vaya a dormir pronto.