Hoy hemos salido a patrullar,
hemos sobrevolado las calles cercanas al asilo y simplemente nos hemos limitado
a disfrutar en la tranquila noche, de un vuelo placentero. Esa paz que nos
invadía me ha traído a la memoria mis primeras noches volando.
Semanas después de adquirir mis
poderes y, una vez tuve plena confianza en ellos, cogí como costumbre echar a
volar en las noches más despejadas. Podéis imaginar por un momento que acabáis
de aprender a volar, ¿no estaríais ansiosos por descubrir cómo es el mundo
desde arriba? Yo lo estaba, y cada noche saciaba esa ansia con largas horas de
vuelo incesante en las que recorría kilómetros y kilómetros.
Algunas veces volaba entre las
nubes, admirando las ciudades diminutas a cientos de metros por debajo. Pero
otras disfrutaba alcanzando altas velocidades y pasando entre los edificios
haciendo slalom. La cuestión era gozar de la libertad que el estar ahí arriba
me aportaba. Eran momentos únicos.
Ahora me pregunto qué habrán
sentido hoy la Liga de los Jubilados, personas que tras tener una larga vida en
que han vivido todo tipo de emociones, comienzan una nueva vida cargada de
sorpresas. Supongo que en parte siento envidia, les envidio por lo que aún les
queda por descubrir de sus nuevas habilidades, por tener la posibilidad de ir
poniéndose a prueba cada día un poquito más, asimilando poco a poco las nuevas
cosas de que son capaces.
Y es que en el fondo, el mejor
momento de un superhéroe, es cuando descubre sus poderes. Cuando poco a poco va
rompiendo esos límites que, como ser humano siempre había tenido impuestos. Lo
que viene después está muy bien: reconocimiento, satisfacción al ver el
agradecimiento de las personas... pero no es ni remotamente lo mismo. El
subidón de adrenalina, el nudo en el estómago, el sudor frío, el miedo; todo un
sinfín de emociones a las que poco a poco te vas acostumbrando a la vez que las
vas dejando de sentir, llegando a hacer las cosas como algo natural cuando en
realidad, lo que estás haciendo es lo más sorprendente que nadie podría
imaginar.
Al final todo es una rutina, como
preparar un café o conducir al trabajo, dejas de apreciar los pequeños placeres
que te aporta lo que haces por el simple hecho de poder hacerlo habitualmente,
y estoy seguro de que ahí es donde reside el fallo, y ya no hablo sólo de los súper
poderes, sino de todo, del día a día, de las pequeñas cosas que un día nos
llenan y que con el tiempo van dejando de llenarnos sencillamente porque nos
parecen normales. Nos habituamos a que nos abracen y dejamos de sentir calor en
ello... manda cojones que me tenga que dar cuenta de esto ahora que estoy en
las últimas etapas de mi vida... ¡Pues que le jodan! Pienso marcar la
diferencia. Pienso disfrutar hasta de los grumos que la cocinera deja en las
sopas de los jueves, se acabó el menospreciar los pequeños actos. De esta
forma, cuando me llegue la hora, podré levantar mi dedo corazón y decirle a la
muerte: "¡Que te jodan, voy a disfrutar de esto incluso más que tú!".