Leer antes de usar.

A todos aquellos que entran por primera vez debo decirles que, aunque la mayoría de las "aventuras" de Jubilated Man se pueden leer por separado debido a que son historias cortas, es recomendable comenzar desde el "día 1" e ir siguiendo el orden, pues es posible que en alguna historia se haga mención a hechos o personajes que podrían haber aparecido en "días" anteriores. También quiero aprovechar para advertir, que el lenguaje usado por nuestro personaje, podría no ser apto para sensibles y/o menores de edad. Sin más, les dejo con Jubilated Man. Disfruten cada domingo de una nueva página del diario.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Día diecinueve.

Hoy hemos tenido un día horrible. A primera hora ayudamos a desalojar un edificio en llamas, justo después saltó la alarma en una joyería cercana e interrumpimos un atraco.

Por la tarde nos topamos con una banda de narcotraficantes a la que, tras un tiroteo, logramos reducir y detener. Cuando la policía llegó al almacén en que se escondían, los narcos estaban atados y amordazados sobre una montaña de paquetes de cocaína.

El cansancio empezaba a hacer estragos en nuestros arrugados cuerpos, los brazos cada vez más pesados, las espaldas más cargadas, pero aún así salimos volando en cuanto nos llegó el aviso de que un loco estaba pegando tiros en el parque de atracciones.

Cuando llegamos allí, María se horrorizó por la matanza. Debían haber decenas de cuerpos ensangrentados en el suelo. Eran cuerpos de hombres, mujeres y niños. Aquel malnacido disparaba de forma indiscriminada a todo el que pasaba por delante de los cañones de sus armas. Furiosos, fuimos siguiendo el rastro de cadáveres hasta dar con él. El desgraciado iba cubierto con una armadura pesada como las que usan los artificieros y empuñaba dos armas automáticas con las que seguía acribillando a inocentes.

Sin pararnos a planear nada nos lanzamos al ataque. Pero el cansancio nos jugó una mala pasada. María hizo uso de su escudo electromagnético para esquivar las balas que nos estaba disparando aquel loco, hasta ahí bien; el problema fue que las balas que nosotros esquivamos gracias a la intervención de María, se desviaron y fueron a impactar contra un grupo de estudiantes que se escondía detrás de una caseta de feria.

Al darse cuenta, María cayó al suelo llorando desconsolada. La barrera que nos protegía cayó justo al tiempo en que el resto lográbamos acercarnos al criminal y, acto seguido, Julius le rompió la columna de un puñetazo dejándole completamente inmóvil de cabeza para abajo.

Después de esa intervención Ray desconectó la radio, recogimos a María y la llevamos de vuelta al asilo donde terminó de pasar el día encerrada en su habitación. El resto de nosotros nos quedamos en el salón, cada uno matando el tiempo a nuestra manera habitual, pero todos tratando de no pensar en lo que había pasado.

Ahora temo haberme equivocado con la idea de crear un grupo de héroes. Me asusta pensar que quizás no sean capaces de superarlo. Yo sé que tendré que vivir con ello los días que me queden de vida, otro peso más a la enorme mochila de cargas y responsabilidades que ya llevo encima. Pero ¿ellos? ¿Podrán ellos soportar ese enorme sentido de culpabilidad?

Tal vez sea buena idea sentarme a hablar con ellos uno a uno. Replantearles lo     que somos y a lo que nos enfrentamos, bueno y malo. Y darles la oportunidad de que, en caso de que no quieran seguir adelante, puedan abandonar antes de que algo pese sobre su conciencia. Algo que podría destruir todas sus creencias.


María debe ser la primera de mi lista, el problema será ser capaz de encontrar las palabras...

lunes, 27 de julio de 2015

Día dieciocho.

Esta tarde, estábamos en el salón jugando al dominó, cuando en la radio han anunciado que Robert Bradford se presentará a la alcaldía en las próximas elecciones. La reportera le hacía las preguntas a la vez que le atacaba con descaro, cosa que me hubiera importado bien poco de no ser porque sé quién es en realidad Bradford.

Hace cuarenta y tres años, la... señora Bradford, llamémosla así, vivía enganchada a un medicamento para según ella, perder unos kilitos. Dieta tras dieta, se quejaba una y otra vez de que no lograba quitarse la grasa de la barriga.

Nueve meses de dietas y ejercicios después dio a luz a su sobrepeso, una criatura de casi cinco kilos. La sorpresa sobrevino cuando, al limpiarle, descubrieron que no tenía sexo. No era niño, ni tampoco niña, era un ser asexuado carente por completo de cualquier vestigio de órganos reproductores. Tras diversas pruebas concluyeron que el sexo del bebé no había llegado a formarse en absoluto.

Sin saber si su pequeño bebé debería vestir de azul o de rosa y, culpando de ello a la empresa farmacéutica de las pastillas adelgazantes, la señora Bradford cayó en una obsesión indecisa de duda y rabia. Pasaba de cuestionarse todo lo referente a su bebé, a gritar de rabia despotricando contra la farmacéutica y sus conspiraciones para originar un mundo lleno de asexuados.

Entre la falta de luces que ya caracterizaba a la señora Bradford y sus crecientes crisis, no tardó mucho en volverse loca del todo. Creía cada vez más que el mundo conspiraba en contra de ella, y que unos seres del espacio exterior estaban dominando las grandes multinacionales para conquistar el planeta. En su mente enferma, su hijo era el primero de una serie de nacimientos que acabarían por reducir en número a la raza humana debido a la imposibilidad de reproducirse. Con esa idea en mente se dirigió, con su hijo de cuatro meses, hacia el puente de la calle Walter, plenamente decidida a arrojarlo al río.

Aquél día me encontraba sobrevolando la ciudad tratando de despejar mi mente, llevaba un día de perros después de haber atrapado a Slime Fast y a Ungüento, y como en otras ocasiones, lo único que me relajaba era volar de un lado a otro sin rumbo fijo.
Entonces la vi, con la cara desencajada mirando al vacío. Algo en sus ojos llamó mi atención, aquella mirada mezcla de horror, locura, desesperación y alivio, todo junto. Tras un instante que pareció eterno, medio hipnotizado por esa extraña mirada, oí algo caer al agua y todo cobró forma en mi cabeza.

Logré salvarle la vida a aquella pequeña criatura. Tener aquél bebé en mis brazos fue la sensación más próxima que tendré nunca, a la que debe sentir un padre cuando coge por primera vez a su hijo. Me marcó de tal manera que, durante años, seguí de cerca su evolución en casa de sus padres adoptivos. Le criaron con indiferencia a su sexo, dando prioridad a lo que su nuevo hijo sentía.


Me alegra enormemente ver que por fin ha encontrado su lugar en el mundo, sea cual sea.

domingo, 19 de julio de 2015

Día diecisiete.

Esta noche no hay pastillas que me ayuden a dormir. Cada vez que cierro los ojos, un sonido intermitente invade mi mente. Es un crujido, el de un cuello rompiéndose y que suena una y otra vez, y otra, y otra...

Cuando ya no soporto el dar otra vuelta más en la cama me levanto y voy a sentarme frente al ventanal del salón. Afuera, el sol comienza a despuntar trayendo un nuevo día.

De alguna forma extraña en el asilo todo es silencio, no se oye ni el volar de un mosquito, y todo este silencio no hace más que empeorar la sensación que noto dentro de mí. Es como un vacío, como un agujero que engulle lo que llevo dentro, destrozando mi alma. Es la culpabilidad, y tal vez arrepentimiento; pero sé que no hay vuelta atrás. Tal vez mis últimas decisiones no hayan sido las más adecuadas o las más correctas para vivir feliz y sin culpa, pero han sido las decisiones que alguien tenía que tomar. ¿O no?

No puedo dejar de darle vueltas a ello. Todos podemos ayudar, todos podemos salvar e incluso retener a alguien culpable de algo para que sea juzgado. Desde ese punto de vista, cualquiera puede ser un héroe. Pero ¿quién nos da la libertad de segar una vida? ¿Quién nos permite ser el verdugo?

El engranaje en mi cabeza sigue dando vueltas a lo mismo cuando de pronto, la luz del salón se enciende. Es Myriam que ya comienza la rutina del día. Sorprendida, se me acerca y me pregunta qué hago ahí sentado tan temprano. Miento diciéndole que he dormido demasiado y que necesitaba estirar las piernas un momento. Ella me sonríe y me dice que debe ir a despertar a los más perezosos porque "alguien tiene que hacerlo", y se marcha.

Alguien tiene que hacerlo. Siempre hay alguien que tiene que hacer lo que a los demás no nos gusta. Siempre hay alguien que tiene que hacer cosas que a todos molestan. Desde el que tiene que sacar la basura, hasta el que tiene que poner una inyección letal. Y todo se resume en una sola frase, tanto las cosas más tontas e insignificantes, como las más horribles: "alguien tiene que hacerlo".

¿Será así? Lo hice porque alguien tenía que hacerlo. Acabé con la vida de un ser vivo porque alguien tenía que hacerlo. Alguien tenía que hacerlo.

Todas estas dudas, toda esa cantinela repitiéndose una y otra vez en mi cabeza me llevan a un mismo punto. Alguien tiene que ser el malo. ¿Me ha tocado a mí ser ése tipo de malo? ¿O he sido yo mismo quien lo ha elegido?

Ray llega entonces con su silla y se coloca a mi lado. Me mira y me dice más con sólo una mirada de lo que podría haberme dicho con palabras. Sabe lo que está pasando en mi cabeza, me comprende, me apoya. Y simplemente se queda ahí sentado, a mi lado, viendo cómo termina de amanecer.


Pero ¿es eso lo que quiere transmitirme Ray, o es lo que yo quiero entender?

domingo, 12 de julio de 2015

Día dieciséis.

Esta tarde estábamos tomando el té viendo el programa de Ana Clavel: "amor de cartera" cuando, la alarma que Ray había conectado con la emisora de la policía empezó a pitar. A toda prisa nos reunimos en la habitación y pudimos oír que Infame había vuelto a escapar de prisión y estaba haciendo de las suyas por el centro de la ciudad.

Tras un largo vuelo desde la urbanización en la que está la residencia llegamos a la ciudad y enseguida vimos el desastre que estaba causando Infame. Tenía un edificio entero cubierto de moho negro y varias calles de los alrededores estaban infestadas de hongos. La policía intentaba entrar en la zona, pero el moho les atrapaba enseguida convirtiéndolos en setas gigantes.

Así era el modus operandi de Infame, uno de los más viejos supervillanos que aún seguía en activo. Se presentaba en cualquier lugar como un personajillo enclenque y asustadizo y, cuando lo creía oportuno, comenzaba a expulsar moho de su trasero. Eran... pedos mohosos. Éstos contaminaban todo el área cubriéndolo todo de un manto negro viscoso que, al entrar en contacto con cualquier ser vivo lo consumía, dejando en su lugar una asquerosa seta de podredumbre que lanzaba nuevas esporas que, a su vez, contaminarían zonas nuevas. Alguien, no recuerdo quien, inventó un sistema para retenerle como prisionero. Éste era capaz de filtrar lo que saliera del recto  para evitar cualquier tipo de escape de gas moho. Por lo visto, de algún modo Infame había logrado deshacerse del filtro escapando así de prisión por enésima vez.

Y allí estaba, dentro de la recepción de un hotel cinco estrellas soltando todo lo que llevaba dentro. Por otro lado, allí estábamos nosotros también. La Liga de los Jubilados lista para salvar al mundo.

En cuanto Ray preparó unas máscaras para aislarnos de las esporas entramos en acción. Y la verdad, no fue nada difícil acabar con Infame. Un puñetazo de los guantes machacacráneos de Julius le dejó fuera de combate. Una vez noqueado, Roberto echó a volar con su andador para volver poco después con el filtro antimoho que retendría a Infame. Tan sólo teníamos que introducir los veintisiete centímetros de filtro por... sí, por ahí. Todos nos miramos esperando quién sería el que daría un paso al frente. Nadie lo hizo, así que recordé lo que tantas veces hemos sufrido los que nos dedicábamos a salvar inocentes, los villanos siempre acaban volviendo.

Un ratero robará cuando tenga hambre, un pandillero matará cuando se vea acorralado, pero un villano convierte el crimen en su forma de vida. Un villano nunca cambia. Así que hice lo que tenía que hacer. Marqué la diferencia y le rompí el cuello. No más Infame. No más gas moho.


Al principio, todos me miraron extrañados pero tras una charla les recordé que ése era uno de nuestros principios. Una de las bases sobre las que creamos la Liga de los Jubilados. A diferencia del resto de héroes, nosotros no dejamos que el mal vuelva para vengarse. Todos parecen haberlo entendido bien, pero horas más tarde, mientras cenábamos viendo "Las medias largas" sentí que quizás ya no me miran como antes. Es como... como si desconfiaran de mí.

lunes, 6 de julio de 2015

Día quince.

Hoy estaba viendo las noticias y en una conexión con uno de los reporteros, éste ha empezado a preguntar a la gente su opinión sobre la Liga de los Jubilados. Había respuestas para todos los gustos, desde los que nos toman por locos, hasta los que declaran que ya era hora de que alguien volviera a poner a los delincuentes en su sitio. Cómo se ha llegado a esto es algo que aún me pregunto de vez en cuando.

En mis años de gloria, había superhéroes por todas partes, siempre a punto para salvarle el culo a alguien. Pero llegó un punto en que comenzó una especie de decadencia, éramos demasiados, supongo.

Todo comenzó a ir mal cuando unos cuantos quisieron usar sus poderes para hacer negocio, firmando contratos con empresas privadas para velar por sus intereses, o anunciando productos en televisión. Incluso hubo quien se atrevió con su propia marca de perfume, esencia de rayos.

En esa época, algunos villanos llegaron a cometer sus delitos a tan solo unos metros de donde se encontraban los súpers con total impunidad. Los anteriormente considerados héroes les dejaban hacer "porque ya no era su trabajo". Así, la sociedad comenzó a perder la confianza en nosotros. Nos convertimos en apestados, cuando algo malo ocurría, la culpa era nuestra por no hacer nada. Lo que la gente no sabía es que si los que seguíamos luchando desinteresadamente no hacíamos nada en alguna situación, era porque estábamos a kilómetros de allí solucionando otro problema.

Todo esto conllevó a que quienes quedaban dando la cara día a día sin más salario que el agradecimiento público, comenzaran a desanimarse. El desánimo les llevaba a actuar menos e incluso alguno llegó a colgar el hábito. Todo fue como una bola de nieve que se hacía más y más grande a medida que la situación empeoraba.

Luego vinieron las tensiones entre los súper grupos, tras lo que acabaron por echar el cierre. El mundo se quedó prácticamente sin héroes, y los que quedábamos éramos cada vez más viejos.

Conforme siguió pasando el tiempo, algunos perdimos nuestros poderes y tuvimos que abandonar la profesión. Otros se volvieron lentos y acabaron machacados por sus némesis. Y ahora, desgraciadamente, sólo quedan aquellos que de bien jóvenes quisieron seguir los pasos de algunos de nosotros. Sangre nueva que, por lo general sólo conoce la época de gloria súper heroica por las viejas historias que les han contado.

Esos chicos no lo hacen mal, pero con el mundo cada vez más corrompido, su trabajo se hace cada día más difícil. El problema ya no es la cantidad de villanos queriendo dominar el mundo, sino que la raza humana parece haber renegado a su propia humanidad. Ya nadie se ayuda, todo lo que hay es desconfianza entre unos y otros. Y egoísmo, mucho egoísmo.


Pero sé que tiene que haber algo más ahí fuera. Algo más que gente mirando su propio ombligo y, tarde o temprano la Liga de los Jubilados lo sacará a relucir, estoy convencido.

domingo, 28 de junio de 2015

Día catorce.

Hoy hemos salido a patrullar, hemos sobrevolado las calles cercanas al asilo y simplemente nos hemos limitado a disfrutar en la tranquila noche, de un vuelo placentero. Esa paz que nos invadía me ha traído a la memoria mis primeras noches volando.

Semanas después de adquirir mis poderes y, una vez tuve plena confianza en ellos, cogí como costumbre echar a volar en las noches más despejadas. Podéis imaginar por un momento que acabáis de aprender a volar, ¿no estaríais ansiosos por descubrir cómo es el mundo desde arriba? Yo lo estaba, y cada noche saciaba esa ansia con largas horas de vuelo incesante en las que recorría kilómetros y kilómetros.

Algunas veces volaba entre las nubes, admirando las ciudades diminutas a cientos de metros por debajo. Pero otras disfrutaba alcanzando altas velocidades y pasando entre los edificios haciendo slalom. La cuestión era gozar de la libertad que el estar ahí arriba me aportaba. Eran momentos únicos.

Ahora me pregunto qué habrán sentido hoy la Liga de los Jubilados, personas que tras tener una larga vida en que han vivido todo tipo de emociones, comienzan una nueva vida cargada de sorpresas. Supongo que en parte siento envidia, les envidio por lo que aún les queda por descubrir de sus nuevas habilidades, por tener la posibilidad de ir poniéndose a prueba cada día un poquito más, asimilando poco a poco las nuevas cosas de que son capaces.

Y es que en el fondo, el mejor momento de un superhéroe, es cuando descubre sus poderes. Cuando poco a poco va rompiendo esos límites que, como ser humano siempre había tenido impuestos. Lo que viene después está muy bien: reconocimiento, satisfacción al ver el agradecimiento de las personas... pero no es ni remotamente lo mismo. El subidón de adrenalina, el nudo en el estómago, el sudor frío, el miedo; todo un sinfín de emociones a las que poco a poco te vas acostumbrando a la vez que las vas dejando de sentir, llegando a hacer las cosas como algo natural cuando en realidad, lo que estás haciendo es lo más sorprendente que nadie podría imaginar.


Al final todo es una rutina, como preparar un café o conducir al trabajo, dejas de apreciar los pequeños placeres que te aporta lo que haces por el simple hecho de poder hacerlo habitualmente, y estoy seguro de que ahí es donde reside el fallo, y ya no hablo sólo de los súper poderes, sino de todo, del día a día, de las pequeñas cosas que un día nos llenan y que con el tiempo van dejando de llenarnos sencillamente porque nos parecen normales. Nos habituamos a que nos abracen y dejamos de sentir calor en ello... manda cojones que me tenga que dar cuenta de esto ahora que estoy en las últimas etapas de mi vida... ¡Pues que le jodan! Pienso marcar la diferencia. Pienso disfrutar hasta de los grumos que la cocinera deja en las sopas de los jueves, se acabó el menospreciar los pequeños actos. De esta forma, cuando me llegue la hora, podré levantar mi dedo corazón y decirle a la muerte: "¡Que te jodan, voy a disfrutar de esto incluso más que tú!".

domingo, 21 de junio de 2015

Día trece.

Esta mañana algo en la rutina del asilo ha cambiado, y es que Rebeca no ha venido a avisarme de que había magdalenas. Hoy ha sido su ochenta y siete cumpleaños y como ya viene siendo costumbre en ella, por un día ha amueblado su cabeza.

Como cada año, su mente se recompone y se prepara para este día especial; el único día del año en que está totalmente lúcida. Por un día, aparte de olvidarse de su obsesión por las magdalenas, deja de lado sus locos bailes de salón en ropa interior en los que abraza a un bailarín imaginario. Su mirada, siempre perdida en el espacio infinito, era hoy clara y penetrante, decidida.

Hoy ha guardado en el armario su bata llena de agujeros y se ha arreglado con un bonito vestido que mañana volverá a guardar hasta el año que viene. También se ha recogido el pelo e incluso se ha atrevido con un ligero maquillaje.

Todos la miraban hoy con ojos distintos, con la alegría que ella misma les contagiaba, y es que durante un día al año, Rebeca es la personificación de la alegría. Viéndola hoy, cualquiera pensaría que es una anciana llena de vida y energía.

Durante las primeras horas de la mañana ha ido arriba y abajo hablando con unos y otros, y tarareando canciones de cuna mientras caminaba y siempre, con una sonrisa grabada en la cara. Más tarde, después de comer, ha vuelto a arreglarse el pelo y a retocarse el maquillaje, se ha puesto unas gotas de perfume y se ha sentado en una silla mirando a través de la ventana.

Poco después ha llegado el motivo de su reajuste mental; su hija ha venido a verla acompañada de sus dos nietas y durante el resto de la tarde, Rebeca ha estado jugando y charlando con ellas.

Al anochecer han vuelto a casa, dejando a Rebeca sola de nuevo, momento en que su mirada se ha llenado con el brillo de las lágrimas contenidas. Poco a poco, conforme la luz en la calle se iba extinguiendo, Rebeca iba perdiendo el brillo en sus ojos y reduciendo su sonrisa.

Más tarde subió a su habitación, se quitó el vestido, se desmaquilló y guardó el perfume en un cajón, y junto a él, la alegría del día de su cumpleaños quedó guardada de nuevo en la cómoda de su habitación, como si fuera un accesorio decorativo más.


Sé que mañana volverá a entrar en mi habitación para avisarme de que hay magdalenas para desayunar y no puedo dejar de preguntarme por qué. Por qué el ritmo de vida de unos apartan de otros la medicina que tanto bien les hace. Por qué las visitas, los abrazos y la compañía se sirve como si viniera en sobres mono dosis. Entonces siento asco y me pregunto de nuevo si vale la pena salvar el mundo, o si por el contrario es mejor dejar que estalle todo de golpe. En momentos como éste, entiendo a muchos de los supervillanos a los que he detenido a lo largo de mi vida.

domingo, 14 de junio de 2015

Día doce.

El día en que recibí mis poderes estuvo a punto de ser el último día de mi vida, pero vamos por partes.

En aquella época, yo era policía. Puedo asegurar que no lo era por vocación, ni por una antigua y absurda tradición familiar. Era policía porque, sin tener que estudiar una carrera durante años, era el trabajo que más se pagaba y en el que menos se curraba. Al menos eso pensé antes de entrar.

Aquél día, después de seis meses de dar la cara a diario por ricachonas desagradecidas, de enfrentarme a borrachos con botellas rotas y de pelearme una y otra vez con conductores que se pasaban las normas por el forro de las pelotas, me tocó la gran salida.

Hay policías que no la harán jamás en toda su carrera, pero todos saben que cualquier día les puede tocar. Es esa salida a la que nadie quiere asistir, ésa en la que las balas te rozan las orejas y en la que las tuyas pueden alcanzar a cualquier inocente que esté siendo usado como escudo.

En mi salida un grupo de atracadores, tras ser perseguidos durante varias calles, estrellaron su coche contra un autobús escolar. Los tres que quedaron vivos subieron a él, se parapetaron dentro y sin dejar que sus armas se enfriasen, siguieron disparando.

Y allí estaba yo, cagado de miedo, empuñando un arma que sabía que no iba a tener cojones de disparar con tanto inocente en juego, escuchando las balas impactar contra el coche que me hacía de protección, viendo cómo compañeros más osados, o más tontos según se mire, eran acribillados al asomar la cabeza.

Entonces la oí. Una niña gritó pidiendo ayuda. Uno de los ladrones la arrastraba fuera del autobús para coger un coche y seguir la huida. Creed lo que queráis, pero no fui capaz de salir tras ella. Nadie lo hizo, no tras ver morir a todo el que había tratado de ser un héroe.

Mientras lamentaba mi falta de coraje, los otros atracadores salieron para meterse en el coche de su compañero disparando al aire. Era mi día. Una de esas balas lanzadas al aire cayó segundos después impactando en mi cuello, a escasos milímetros de la yugular. En ese instante el tiempo se detuvo. Sin dolor, sin más balas sobrevolando mis oídos... creí que había muerto.

Y vi la luz creyendo que era el túnel que me llevaría al más allá. Pero aquella luz era distinta, yo no iba a ella, sino que ella venía a mí. Cuando la tuve cerca, sentí calor y paz. Lo siguiente que recuerdo es encontrarme volando tras el coche de los ladrones. Sus balas se movían a cámara lenta con lo que las esquivaba con facilidad. Sin saber cómo lo hice, ni por qué el poder vino a mí en ese momento, detuve el vehículo. Con fuerza sobrehumana aplasté los cráneos de los ladrones y salvé a la niña que se había desmayado.


Después de eso pasé meses escondido. Encerrado en casa. Asustado. Tenía miedo de tocar algo y romperlo, de echar a volar y no saber bajar de nuevo, hasta que un día vi en televisión a la niña que había salvado. La vi hablar del superhéroe que la salvó y de cómo le agradecía todo cuanto hizo por ella. Fue entonces cuando supe a lo que me dedicaría el resto de mi vida.

domingo, 7 de junio de 2015

Día once.

La liga de los jubilados ha sido portada en algunos de los periódicos locales de hoy. En la foto aparece Julius con sus enormes guantes machacacráneos golpeando a un enorme tipo armado con una escopeta. Enfocando la vista, puede verse la sonrisa de satisfacción de Julius mientras golpea a su víctima.

Era una tarde tranquila y habíamos aprovechado para probar los inventos que acababan de llegarnos de la empresa de Ray, junto con nuestros flamantes trajes nuevos. Roberto se hizo con los controles de vuelo de su andador propulsado al instante, como si lo hubiera manejado toda la vida. Por su parte, Julius casi tira abajo una columna probando sus nuevos guantes robotizados.

Mientras todos jugábamos un poco con nuestras nuevas "armas", Ray trataba de sintonizar la emisora de la policía con la radio que había mandado instalar, en su ya equipada silla de ruedas. Cuando lo logró comenzamos a oír los avisos. Una banda de atracadores estaba robando un banco muy cercano a la residencia. Estaban fuertemente armados y los primeros policías en llegar esperaban agazapados la llegada de las fuerzas de élite.

Como si nos hubiéramos dedicado a ello toda  la vida, una sola mirada bastó para ponernos de acuerdo en que esa iba a ser nuestra primera misión. Nos enfundamos nuestros trajes y echamos a volar por la ventana con ayuda de nuestros aparatos.

Nada más llegar al banco, aterrizamos en la azotea con cuidado de no ser vistos. María usó el láser instalado en sus gafas para quemar la cerradura de la puerta y permitirnos así el paso al interior. Una vez dentro, nos situamos junto a un ventanal desde el que podíamos ver el interior del banco y a los ladrones amenazar a los rehenes.

Ray transformó su silla en un planeador con una plataforma en la que Leonor podría montarse para ir golpeando con su barra a los atracadores. Roberto preparó los lanzagranadas de su andador con bombas de humo, y el resto nos equipamos nuestros visores térmicos.

Una vez preparados, María hackeó el sistema de seguridad y apagó las luces y yo hice estallar el cristal del ventanal con las vibraciones de los aparatos instalados en mis manos. A la lluvia de cristales le siguió una granada de humo que desconcertó a los ladrones y mientras, nosotros aprovechamos el desconcierto y la oscuridad para lanzarnos al ataque.

El resto fueron puñetazos, golpes de bastón y alguna bala perdida que acabó incrustada en el techo. Solventamos el asunto dejando inconscientes y atados a los ladrones y nos marchamos por donde vinimos, sin testigos. Sin víctimas. Lo único que María no desconectó fueron las cámaras de seguridad, que grabaron con visión nocturna toda la acción.


Hoy hemos enviado una carta en nombre de la Liga de los Jubilados informando de nuestra intervención. Mañana todo serán alabanzas hacia la liga, vítores y publicidad infinita. A partir de mañana, cada uno de nosotros será bautizado por los periodistas con un nuevo nombre acorde a sus poderes. Es algo que ya he visto antes en incontables ocasiones y, por Dios, ¡cuánto lo he echado de menos!

domingo, 31 de mayo de 2015

Día diez.

Hoy me voy a la cama agotado y entusiasmado al mismo tiempo. Caminando entre cabezadas como un zombie, en lugar de cerebros, busco con ansia la cama. Ha sido un día duro desde que salieron los primeros rayos de luz, desde entonces y a lo largo del día, Ray y yo hemos estado tanteando a los ancianos que nos parecían aptos y les hemos citado para la noche.

Más tarde, cuando han apagado todas las luces, nos hemos reunido en la habitación de Ray. Allí, tras exponer nuestras intenciones, hemos tomado nota de las cualidades de cada uno para que Ray pueda encargar a su empresa unas herramientas adecuadas. Por ejemplo Roberto, dispondrá de un nuevo andador propulsado y totalmente equipado para atrapar e inmovilizar. Leonor irá armada con un bastón ligero pero a la vez duro como el acero, el mismo también irá dotado de un disparador de balas capaces de dejar inconsciente a cualquiera que se vea alcanzado. Y así hasta un total de seis miembros; Ray, Leonor, Roberto, Julius, María y yo mismo.

Al decidir sobre cuál sería nuestra forma de actuar frente a delincuentes, nos hemos puesto de acuerdo enseguida. La justicia es muy ambigua, y demasiadas veces depende más del tamaño de la cartera de quien es juzgado que del propio crimen cometido. La edad nos ha dado a todos la experiencia suficiente como para saber lo que es justo y lo que no, y será precisamente en esa experiencia en lo que nos basemos para juzgar nuestros actos. Si la haces la pagarás sin importar los ceros de tu cuenta de ahorros. Si mereces un castigo, nosotros te lo daremos sin mirar quién es tu padre o a quien conoces. Y usaremos todos los medios a nuestro alcance para que cambies de actitud, al fin y al cabo, somos ancianos y tenemos la sabiduría necesaria para aleccionar a los más jóvenes.

A la hora de decidir el nombre del grupo hemos tenido algunos problemas, ya que la mayoría tiraba de nombres demasiado clásicos como Justice Group o Revengers. Nombres que ya han sido utilizados antes por antiguos superhéroes. En ese punto, tanto Ray como yo hemos sido inflexibles. Nosotros no somos superhéroes. No tenemos superpoderes, y tampoco una enorme responsabilidad. Nuestra intención es cambiar el mundo más por servir de ejemplo que por nuestros propios actos. Queremos que se hable de nosotros como algo nuevo, algo especial. No queremos que se nos confunda con nuevos superhéroes renacidos para salvar al mundo. El mundo está tan jodido, que ni todos los superhéroes del globo podrían darle la vuelta a la tortilla. Es la gente de la calle la que puede lograr un cambio. Gente normal y corriente, con debilidades y sin grandes habilidades. Eso es lo que queremos resaltar, que cualquiera puede hacer algo para mejorar el lugar en que vivimos. Por esto, hemos querido nombrar a nuestro grupo con un nombre sencillo, un nombre que no haga pensar en fuerzas superiores, sino todo lo contrario.


Una vez explicado este punto, todos han estado de acuerdo al oír el nombre. Desde ésta misma noche, daremos comienzo al cambio bajo el nombre de: La Liga de los Jubilados.

domingo, 24 de mayo de 2015

Día nueve.

Hoy los de la residencia nos han llevado a todos a dar un paseo por el nuevo centro comercial, inaugurado hace una semana a tan sólo dos calles del asilo. Ha sido un día digno de recordar.

Primero hemos asistido a una conferencia en la que nos han soltado un rollo sobre disfrutar del tiempo cuando ya no tienes nada que hacer. Lo gracioso es que la conferencia la daba un tipo al que aún le quedan muchos años con mucho por hacer.

Después del tostón nos han dado libertad para pasear a nuestras anchas. Ray y yo hemos comenzado a charlar de los viejos tiempos mientras paseábamos por allí, criticábamos el que hoy día no haya ningún súper grupo para salvarle el culo al planeta. El último grupo se separó hace más de quince años, cuando Trauma-Girl pilló a Puño de Oro en la cama con Rosa Escarlata. Desde entonces, los pocos superhéroes que aún ejercen, lo hacen por libre.

Charlando hemos parado a comprar unas latas de refresco, sin gas por supuesto; es curioso lo mal que me sienta el gas ahora cuando antes prácticamente, todo cuanto bebía tenía más burbujas que líquido...

En fin, íbamos tranquilamente pasando junto a las tiendas cuando, de pronto, ha salido un tipo corriendo de una joyería. Tras él, el dueño salió pidiendo ayuda a gritos.

De forma instintiva, Ray ha acelerado su silla para perseguir al mangante y yo, he realizado un lanzamiento alto de lata de refresco. El impacto contra la cabeza del chorizo ha resonado por todo el centro comercial, acallando hasta el mismísimo hilo musical. Pese a ello, la fuerza con la que lo he lanzado no ha sido suficiente para detener al ladrón, que ha seguido corriendo tras sólo unos segundos de confusión.

Ray le seguía de cerca con su silla de ruedas modificada a una velocidad sorprendente pero, aún así, el caco le sacaba ventaja a cada zancada. El cabrón, en lugar de un chorizo parecía un maratoniano a juzgar por cómo corría.

Estaba a punto de escaparse, pero entonces ha entrado en juego Leonor. Con su metro sesenta y dos de estatura, sus piernas y brazos escuálidos y arrugados, y sus gafas de culo de vaso, se ha plantado delante del ladrón, bastón en mano y mirada asesina.

El tipo ni siquiera lo ha visto venir. Cuando se ha fijado en la presencia de Leonor ya era tarde. Ella ya había comenzado el movimiento que acabaría partiendo en dos el bastón en la cabeza del chorizo, que se ha desplomado en el suelo al instante. Luego todo han sido vítores y alabanzas hacia la heroína del día.

Más tarde, ya en la residencia, Leonor nos ha contado a mí y a Ray que lo que la ha hecho actuar así, ha sido ver cómo nosotros hemos tratado a su vez de detener al ladrón. Eso le ha dado fuerzas de hacer algo que para ella hubiera sido impensable de no tener un ejemplo a seguir.


Puede que sea una tontería, pero esto me da la idea de que quizá sea éste un buen momento para iniciar un nuevo súper grupo, aunque ninguno tengamos súper poderes. Al fin y al cabo, tenemos que disfrutar del tiempo ahora que no tenemos nada que hacer...

domingo, 17 de mayo de 2015

Día ocho.

Esta noche me acuesto tarde tras pasar horas hablando con Ray. Me ha contado cómo se convirtió en Gamma-Ray, que es algo que nunca le había contado a nadie, y la verdad es que me ha sorprendido bastante.

Desde que lo vi por primera vez en las noticias me lo imaginé como un científico chiflado por la tecnología. Alguien con la inteligencia suficiente como para construirse un traje robotizado como aquél, tenía que serlo... Nada más lejos.

Ray siempre había sido el típico chico que pasa desapercibido. Tímido, encerrado en su mundo y siendo ignorado por el resto de sus compañeros, ni siquiera le usaban como objeto de burla. Se movía por el mundo como un fantasma sin hablar con nade. Acostumbrado a su soledad, solía pasar tardes enteras paseando por el bosque. Simplemente le gustaba caminar, sentir que todo lo que le rodeaba estaba vivo y le hacía compañía.

Aquella tarde iba a ser como muchas otras, un largo paseo por el bosque, un descanso tumbado sobre las rocas junto al lago, ver ponerse el sol y disfrutar de las estrellas hasta la hora de la cena. Pero cuando la noche comenzó a caer, ocurrió algo que cambiaría su vida para siempre.

Permanecía tumbado admirando la infinidad de estrellas cuando percibió que una de ellas parecía moverse. Era como si se acercara cada vez más, pero era tan pequeña que resultaba casi imperceptible. Trató de frotarse los ojos, pensando que era más cosa de su vista cansada que de algo real y, cuando volvió a abrirlos, algo cayó al lago haciendo un ligero chapoteo. Ray miró y comprobó por las ondas que se habían formado que, efectivamente, algo pequeño había caído al agua. Entonces vio brillar un objeto en el fondo.

Hizo lo que todo joven inconsciente hubiera hecho; tirarse al agua para ver qué era. Buceó hasta alcanzar el origen de la luz y comprobó que era un pequeño fragmento de metal que brillaba como una estrella. Con él, volvió a la superficie. Y nada más salir del agua, del pequeño objeto surgió un fino punzón que se le clavó en la palma de la mano. Dolorido trató de soltar el objeto, pero éste se había aferrado con mucha fuerza. Cuanto más tiraba para sacarlo, más se clavaba el metal, introduciéndose bajo su piel cada vez más. Cuando no pudo soportar más el dolor, se desmayó.

Entonces sintió como si su cerebro se conectara a una base de datos y, automáticamente, supo que el extraño metal que ahora formaba parte de él, tenía vida propia. Era una forma de vida extraterrestre y su nombre era Gamma. El ser era un simbionte que necesitaba de un anfitrión para vivir, a cambio ofrecía protección al cuerpo que ocupaba. Podía cubrirlo de metal extra resistente, como si de una armadura se tratase. Gamma era puro conocimiento estelar y ese conocimiento también pasó a formar parte de Ray. Desde ese momento, Ray no volvería a estar sólo jamás. En su mente, siempre conviviría con Gamma y juntos, serían Gamma-Ray.


Ahora, con un cuerpo agotado y viejo, Gamma necesitaba cambiar de anfitrión y hace unos años le abandonó dejándole con una biblioteca de conocimientos sobrehumanos. Pero desgraciadamente, ni todo el conocimiento del cosmos puede evitar que te sientas solo, y en un sitio como éste, la soledad está a la orden del día. 

domingo, 10 de mayo de 2015

Día siete.

¿Recordáis aquella canción del marcapasos? Pues yo estoy convencido de que su autor se basó en la olvidada Corazón Biónico.

Se llamaba Martha y desde muy jovencita, arrastraba una rara enfermedad del corazón. Tras varios sustos, un científico llamó un día a su puerta y ofreció una nueva posibilidad experimental a unos padres desesperados. Le realizarían una operación para instalarle un aparato único en el mundo, un corazón biónico. Éste funcionaría junto con el de Martha y, guiado por el auténtico, serviría de apoyo en los momentos en que los latidos se volvieran más débiles.  Aquellos ojerosos padres, aceptaron enseguida.

Tras la operación, Martha se convirtió en una deportista. Amaba hacer todo aquello que su enfermedad le había privado durante tantos años. Atletismo, lucha, musculación... Realizaba todo tipo de deporte y todo, a límites insospechados. La ventaja de tener un doble corazón la hacía sobresalir del resto. En tan sólo unos meses, se convirtió en deportista de élite.

Entonces durante un duro entrenamiento su corazón, el de verdad, dijo basta. Se paró y jamás volvió a latir. Pero donde cualquiera hubiese muerto, el segundo corazón de Martha la mantuvo viva. Y no sólo eso, ya no tenía un músculo imperfecto con posibilidades de fallar. El aparato que un día le instalaron no tenía límites, podía bombear a velocidades infinitamente superiores, haciendo que el cuerpo de Martha se sobrealimentara y pudiera funcionar muy por encima del de cualquier otro ser humano. Con esa habilidad y debido a la obsesión de Martha por el entrenamiento, sólo fue cuestión de tiempo.

Su cuerpo superaba en velocidad a un tren, sus piernas saltaban por encima de los edificios, con sus brazos doblegaba el acero como si fuera plastilina. Martha se convirtió así en Corazón Biónico. Como muchos otros ya hicieron antes, decidió meterse en un traje y lanzarse a las calles a luchar por la justicia. Su nueva carrera profesional duró una semana.

Pasó demasiado pronto de ayudar ancianas a bajar a su gato del árbol, a detener atracos a mano armada. Las primeras dos veces lo hizo mejor de lo que lo había hecho nadie antes. Sin heridos, sin daño a la propiedad. Sin ni siquiera dar tiempo a que una bala saliera de las armas de los mangantes. Tal vez eso fue lo que hizo que durase tanto tiempo en el negocio al fin y al cabo.

A la tercera va la vencida para todos, menos para Corazón Biónico. Para ella, el exceso de confianza extraído de los maravillosos titulares y de las pajas mentales de los comentaristas de televisión, la llevó a un charco de sangre. Y de la forma más tonta posible.


Ella tenía de nuevo la situación controlada, los chorizos asustados y desarmados, los rehenes comenzando a levantar la cabeza del rincón donde se habían agazapado. Entonces, Pedrito el segurata novato, quiso echar una mano. Sacó su pistola con nervios de gato apaleado sin darse cuenta de que no tenía el seguro puesto. Trató de apuntarla hacia los malos, pero en su camino la mira del arma pasó sobre la figura de Corazón Biónico. Un bang que dejó los oídos de todos pitando, y un charco de sangre saliendo de la cabeza de la pobre Martha. Era muy fuerte, sí. Pero no antibalas. Al día siguiente, Pedrito empezó a trabajar vendiendo helados.

domingo, 3 de mayo de 2015

Día seis.

Tengo el culo como si una rata hubiera estado bebiendo en él toda la noche. Me duele como no me había dolido jamás el disparo de un rifle antitanque. Es como si tuviera metida la boquilla de un soplete con el hierro al rojo vivo.

Según el simpático del doctor Lindemann sólo es una hemorroide. Una puta almorrana que me ataca con más furia que todos los ejércitos del mundo juntos, apenas me puedo mover y ni siquiera puedo ni pensar en sentarme sin que me duela, y el muy jodido me dice que "sólo es una hemorroide". ¡Es una puta bomba atómica estallando en mi jodido culo!

Me paso el día tumbado boca abajo, tratando de no pensar, de no sentir, de no existir por tal de no notar a ese monstruo devorándome. Y por difícil que parezca, casi lo consigo. Hasta que el puto Ray entra en mi habitación haciéndose el simpático, soltando sus bravuconadas y contándome batallitas de cuando se metía en su armadura robótica de Gamma-Ray.

Maldito hijo de puta, te metía tu jodida armadura por el círculo de los amores de tu apestoso culo hasta lo más hondo de tu ser. Siento que hiervo de rabia, la ira se apodera de mí y recorre todo mi cuerpo, hasta que llega a mi amiga almorrana. Entonces ésta se inflama como mil demonios y siento que necesito morir, o eso, o tranquilizarme, pero es tan hartamente imposible calmarse teniendo al cenizo de Ray, metido en mis tímpanos con su maldita voz penetrantemente aguda...

Entonces el capullo me pregunta que si me pasa algo. ¿Será huevón? No, no me pasa nada, estoy muriendo en vida, pero me encuentro fenomenal, saco de pulgas. En ese momento, es como si algo hiciera una conexión telepática desde mi almorrana hasta su pútrido cerebro de tecno-científico, y el tipo echa la cabeza atrás y dice saber lo que me pasa. Me dice que no me preocupe, y que ahora vuelve. ¡Vete, mamón! ¡Vete y tírate con tu silla rodando por las escaleras, a ver si te rompes la crisma!

Al rato vuelve con una pistolita que casi parece de juguete. Me dice que él tiene este problema a menudo y que un día inventó un chisme para reducir el tamaño de la hemorroide hasta el punto de que apenas se note. ¿Qué queréis que haga? Se trata de un asunto de vida o muerte, así que me bajo el pantalón y le pongo el culo en la cara. Él hace su magia con la pistolita y siento que mi trasero respira de nuevo, el alien ya no está.

Lleno de alegría siento que vuelvo a ser humano, y mirando a Ray orgulloso de su invento, recuerdo que tampoco era tan mal tipo. Quizás es que siempre tuve envidia de su fortuna, y sus ligues, y su fama... Pero en el fondo, sé que las veces que hemos luchado codo con codo, han sido las mejores, y que siempre fue un tío con el que se podía contar.

Quizás no esté tan mal esto de tener un amigo aquí dentro después de todo...

domingo, 26 de abril de 2015

Día cinco.

Me despierto cubierto de sudor y sobresaltado. He vuelto a soñar con él. Apenas recordaba cuándo fue la última vez que se me apareció en sueños, pero ha sido él, estoy seguro. Ese maldito Dreamer se me escapó tantas veces, que pasó a formar parte de mis pesadillas.

Dreamer nació con un poder extraordinario, podía introducirse en los sueños de la gente y hacer en ellos lo que quería, llegando incluso a causar cambios en el comportamiento de la persona. De ésta manera podía lograr que el vigilante de un furgón de seguridad, asesinara a sus compañeros y le hiciera entrega de las bolsas de dinero que transportaban.

Su peculiar forma de actuar hacía realmente difícil descubrirle pero un día, acabó cayendo en mi trampa. Tras haber escuchado las declaraciones de varias de sus víctimas, hablé con la televisión y grabamos un anuncio especial en el que le retaba a atacarme. Estuvo en emisión por más de una semana hasta que finalmente, apareció en mis sueños.

Enseguida lo volvió todo negro, un vacío absoluto en el que sentí mucho frío. Luego apareció él riendo tranquilamente. Traté de saltarle encima pero no podía moverme, con sus poderes me había encadenado manos y pies a un vacío inamovible. Por más que tiraba y forcejeaba, las invisibles cadenas no se rompían. Dreamer siguió burlonamente paseándose a mi alrededor. Se regodeaba del poder que le daba el subconsciente humano, de lo invencible que era en los sueños y eso, me llenaba aún más de furia.

Me hizo eso noche tras noche hasta que finalmente, comprendí el funcionamiento de su juego. Él se introducía en la mente de quienes dormían, y allí lo controlaba todo de forma que podía causar todo tipo de emociones al durmiente. Miedo, rabia, alegría... Todo ello sólo con sus creaciones dentro del sueño. Y ahí estaba la clave, en un sueño, nada es real. Todo es gobernable, todo se puede cambiar.

Así, cuando volvió aquella noche pude deshacerme de las cadenas con el poder de mi mente. Lo deseé con todo el poder de mi mente y recuperé mis súper-poderes, pudiendo hacer uso de ellos dentro del mismo sueño. Allí tuvimos una batalla épica, en la que él me atacaba con dragones y mil armas inventadas. Pero yo no me dejé llevar por las imágenes que veía y me esforcé por mantener la conexión con mi mente despierta, diciéndome a mí mismo, que no era más que un sueño.

Finalmente le vencí. Pero lo que me hizo obtener a mí la fuerza en el sueño, le hizo a su vez salir airoso, pues todo aquel combate no había sido más que fruto de nuestra imaginación. Por más veces que le golpeé, jamás llegué a rozar su auténtico cuerpo físico. Lo único que logré fue vencer a su cuerpo astral y eso, no fue una victoria.


Aún hoy me atormenta el recuerdo de no haber sido capaz de vencerle y él lo sabe, por eso de vez en cuando se deja ver en mis sueños. Para recordarme que sigue ahí, y que toda mi súper-fuerza, jamás fue capaz de derrotar al poder de su mente.

domingo, 19 de abril de 2015

Día cuatro.

Aún no es mediodía y ya tengo las pelotas más infladas que dos globos aerostáticos. De tener mis poderes, seguramente habría reducido a cenizas todo este asilo y a los desgraciados que lo llenan cada día.

Eran las seis de la mañana, ¡las seis!, cuando la zumbada de Rosita se ha decidido por dedicarse a cantar ópera. Quizás si no se hubiera puesto a gritar como si la estuvieran desollando con cuchillos romos, me hubiera molestado un poquito menos. Las enfermeras y celadores corriendo por los pasillos y gritándose unos a otros para controlar la situación, tampoco es que hayan ayudado mucho a conciliar el sueño después.

Más tarde, cuando volvía a quedarme dormido, el jodido Marcus Ingleton se ha puesto a cantar bingo, así... sin más y como si no hubiera un mañana. No importa que no hubiera salido ni una puta bola del bombo que estaba guardado en su mugrienta y destartalada caja, él había logrado bingo sin terminar primero ni una jodida línea.

Cerca de las ocho, la pesada de Marta se ha presentado en mi habitación con la primera tanda de pastillas. "Sus chucherías" canturreaba encendiendo la puta luz que me taladró el cerebro como si fuera un puto rayo láser. Para colmo, una de esas malditas píldoras, la que es roja y del tamaño de un misil termonuclear de principios de los ochenta, se me ha atragantado y casi me cuesta la vida y el orgullo. La vida porque casi me ahogo y el orgullo, porque ha tenido que venir Ramón a la habitación a hacerme la maniobra Heimlich, y espero y deseo con toda mi alma, que lo que noté tan duro en su entrepierna, fuera la linterna con la que se pasea por la noche.

Tras el incidente, volvía a quedarme profundamente dormido cuando Rebeca entró para avisarme de que esta mañana habían vuelto a poner las madalenas que tanto le gustan. Se lo digo cada puto día de cada puta semana. Cada día hay madalenas. Cada día están duras como piedras. Odio las putas madalenas.

Y cuando ya estaba claro que hoy iba a ser un día de mierda, y que no iba a poder aliviar el dolor de la jodida resaca que tengo gracias a la fiestecita privada de anoche, veo entrar por la puerta de la residencia al maldito Ray. Sí, sí... el desgraciado, chulesco y siempre perfecto Ray Oswald. Lo que nadie de aquí sabe es que se trata del engreído y estúpido Gamma-Ray. El maldito idiota va ahora en silla de ruedas, eléctrica por supuesto... Ese malnacido niño pijo... ¡Que se joda!

Si pudiera iría ahora mismo y le vaciaría su bolsa de orina en la cara. El muy cabrón acaba de llegar y ya está intentando engatusar a Myriam, la enfermera más guapa y joven. Y lo peor de todo es que la muy tonta le sigue el juego... ¡Pero si es un viejo trasto que no sirve para nada! Ya no tiene a Gamma, ya no tiene nada que ofrecerle al mundo, por dios, si ni siquiera es capaz de tenerse en pie más de media hora seguida.

Por si no tuviera suficiente con mi propio infierno interno, a partir de ahora me va a tocar aguantar a ese imbécil prepotente cada puto día del resto de mi ya jodida vida. ¿Quién me mandaría a mí hacerme un día el puto superhéroe?

domingo, 12 de abril de 2015

Día tres.

Ésta tarde ha venido Thomas, el hijo de Julius. El cabrón parece una sanguijuela y, su pelo engominado y los dos litros de Old Spice que se rocía por encima, no son más que partes de un disfraz que tiene bien ensayado. Con su sonrisa de buitre carroñero se pavonea por el asilo como si con ello pudiera salvar vidas. Siento náuseas con sólo recordarlo.

En un rincón, Julius le espera ansioso por ver a sus nietos, pero una vez más el malnacido no los trae consigo. Según el muy idiota, el ambiente es muy triste para unos niños. ¿Se te ha ocurrido pensar que es muy triste porque nadie viene a alegrarnos el puto día, señorito Old Spice?

Durante un rato, Julius deja de lado el puzzle que estaba haciendo y charla distraídamente con su hijo. Pero entonces, cuando parece que Julius empieza a recordar tiempos mejores, suena una alarma en el reloj de Thomas. "Ya han pasado los veinte minutos, me tengo que ir". Como os lo cuento. Como si fuera la hora de visitas de una prisión, el desgraciado se programa una alarma para no pasar demasiado tiempo con el hombre que le dio la vida, el tipo que le dio todo cuanto pudo para que hoy, el estúpido pueda rociarse con su Old Spice.

Cuando pasa por mi lado estoy a punto de ponerle la zancadilla y hacer que se descoyunte los cuernos contra el marco de la puerta. Pero miro a Julius, que conoce bien mis malhumorados prontos vengativos, y me hace un gesto con la mirada. Te dejo escapar hoy, Thomas, pero tus fechorías serán castigadas pronto, algún día...

Así, Thomas se marcha dejando su perfumada nube en el aire sin ni siquiera mirar atrás. Miro sus andares chulescos y deseo que tropiece con algo, que caiga, o que pise una mierda del tamaño de Arizona y se hunda en ella me da igual, pero que sufra. Desgraciadamente, cuanto más egoísta seas en la vida más parece que ésta te proteja. Es como si un halo anti-desgracias envolviera a todos y cada uno de los malnacidos del mundo. Pensadlo bien, en su huida un ladrón mata a un policía, logra darse a la fuga y se larga a otro país a vivir de su botín; pero amigo... si en lugar de eso el policía se defiende y el ladrón muere aunque sea por accidente en la refriega, el policía se verá sin trabajo y repudiado, y eso si tiene suerte de no acabar en la cárcel. Está claro que ser héroe sale caro, si no mírame a mí.

Al otro lado, Julius, me dice que me acerque. Lo hago y al llegar a él me enseña a escondidas una petaca que acto seguido, me entrega por debajo de la mesa. Es lo único que me gusta de las visitas de Thomas, el whiskey que siempre le trae de contrabando a su padre. No, no penséis mal del cabrito Thomas. En el fondo no tiene corazoncito como se podría creer viendo sus actos de "caridad". Julius tiene una cirrosis grave y el consumo de alcohol podría llevarlo a la muerte, Thomas lo sabe perfectamente y por suerte, Julius también. Así que en cada visita, Thomas le hace entrega a su padre del veneno con el que espera matarlo, en cuanto se marcha, Julius me lo regala a mí haciendo que el veneno se convierta en el agua de los dioses.

Julius me cae bien, me gusta la gente que se aferra a la vida para joder la de cualquier desgraciado que no merece la suya.


Esta noche beberé a la salud de Thomas, para que siga trayendo petacas a su padre.

domingo, 5 de abril de 2015

Día dos.

Hoy ha muerto Plasticwoman. En los periódicos han puesto una fotografía de hace unos días, su piel cuelga como la de cualquier anciana, pero con toda esa silicona resulta más grotesco, más artificial. Dicen que ha muerto al caer por las escaleras de su casa y tiene gracia porque antiguamente, era capaz de rebotar contra el suelo tras saltar de un tercer piso.

Ella era una mujer normal, pero se volvió adicta a las operaciones de cirugía estética. En total se practicó 783 operaciones. Jamás se desveló la cantidad de silicona que introdujo en su cuerpo, pero lo que sí sé, es que todo ese plástico la trastornó. Toda esa química debió afectar a su organismo e hizo que adquiriese habilidades sobrehumanas.

Las operaciones la arruinaron, pero ella quería seguir haciéndose más y más cambios. Esto la llevó a la delincuencia. De la noche a la mañana la que habría sido una mujer enferma, se convirtió en una súper-villana. Comenzó con asaltos pequeños, a transeúntes, taxistas, pequeñas tiendas... Luego empezó con los bancos, las joyerías... Para Plasticwoman no existía el miedo. Hacía frenar las balas en su cuerpo de plástico y, si intentaban golpearla con un ataque cuerpo a cuerpo, la silicona les hacía rebotar con fuerza hacia atrás.

La policía no podía hacer nada contra ella, así que me tocó hacerlo a mí. En incontables ocasiones me enfrenté a ella. Y siempre tenía que hacer uso de mi súper-fuerza para sostenerla hasta que la esposaban. Me gustaba sostenerla, olía bien y estaba blandita. Podría decir que es la mujer que más veces he abrazado.

En una ocasión de debilidad, creí estar enamorado de ella. Incluso traté de hablar con ella y hacerla cambiar su actitud. Pero estaba completamente loca. Sólo pensaba en su próximo asalto para operarse de nuevo. Aquella vez la dejé escapar y eso hizo que, durante un tiempo, la policía intentase atraparme. Fue mi etapa oscura pero por suerte, duró poco. Enseguida volví a sentar la cabeza y salí de nuevo con la intención de capturarla.

Tardé tres días en encontrarla, se había ocultado en una fábrica de silicona para prótesis. Aquella batalla fue memorable, nos lanzábamos el uno al otro, dándonos sacudidas aquí y allá y derribando tanques enormes de silicona. El suelo estaba tan resbaladizo que tuvimos que proseguir la lucha en el tejado, todo ello sin darnos cuenta de que en el interior de la fábrica había comenzado un incendio.

Para cuando nos percatamos, la estructura ya estaba muy dañada y el tejado a nuestros pies se vino abajo. Yo podía volar y no tenía problemas, pero ella cayó al vacío. Y abajo sólo las llamas la esperaban. Por un instante dudé, pensé en dejarla caer y acabar así con ella y con la posibilidad de volver a sufrir otro enamoramiento. Pero el héroe que había en mí enseguida reaccionó echando a volar para salvarla. Ella me abrazó tan fuerte mientras volaba para ponerla a salvo que, por un momento, volví a sentir que la quería. Pero fiel a mi posición, la entregué a la policía una vez más.

Sin darme cuenta, una lágrima cae sobre su foto en el periódico. Va a llover, lo noto por el dolor en los huesos. Mejor que me vaya a dormir pronto.

martes, 31 de marzo de 2015

Día uno.

Cuando recibí mis súper-poderes nadie me dijo que llegaría un día en que éstos se acabarían marchitando. De haberlo sabido quizá... bueno... ¡no me habría esforzado tanto, joder! Sí, la gente a la que ayudaba era agradecida, pero ¿y qué? ¿Una palmadita en la espalda por recibir tres impactos de bala? ¿Unos elogios en la portada de un periódico por soportar 28 puñaladas? Eso no cubre una mierda de los gastos diarios. Y claro, con el afán de cambiar el mundo, las ganas de hacer un bien a la sociedad... ¡Joder! La puta responsabilidad a lo Peter Parker...

Todo esto te hace combinar la vida de superhéroe con la de un currito normal y, claro, lo de trabajar en un periódico es cosa de los cómics. Yo he tenido que trabajar de peón, dependiente, barrendero, camarero y mil cosas más que ahora no recuerdo. ¿Qué pensabas, que ibas a poder salir a salvar el mundo en tus horas de trabajo? Y una mierda. Cada vez que he hecho eso, he perdido un empleo. Y así me ha ido, que ahora tengo un currículum con veinte páginas a dos caras.

Y de dormir mejor ni hablar... Entre el trabajo y las salidas heroicas, apenas me quedaba tiempo ni para cagar. Traté de buscar pareja, pero es totalmente imposible mantener una identidad secreta al lado de una mujer. Es como si lo olieran en tu ropa o lo leyeran en tus ojos. Así que si acabas de recibir súper-poderes, mejor que te hagas una suscripción a un canal "X".

Pero todos esos inconvenientes no eran más que chorradas cuando echaba a volar. No sentía paz en ningún sitio como estando en el aire. Era subir unos metros y el dolor de la ciudad encogía, mis sentidos se relajaban y una especie de burbuja de armonía me envolvía al instante. Es lo que más echo de menos. Ahora, sin mis poderes, me siento encastrado al suelo. Es como si hubiera perdido la noción de dónde acaba mi cuerpo y empieza el asqueroso suelo. Lo odio. Es como si me hubiera vuelto claustrofóbico, me hubieran metido en un ataúd y estuviera enterrado a diez metros bajo el suelo.

A esa sensación maldita hay que añadirle el dolor. Supuestamente por aquello de que la energía ni se crea ni se destruye, al perder los poderes comencé a sentir de golpe todo el dolor que me habían causado a lo largo de mis años de batallas. Las pastillas ayudan, tomo 18 pastillas durante el día, más de una pastilla a la hora. Una vez supliqué por una vía de morfina, pero estos indeseables no me hacen ni puto caso. Los muy cabrones me toman por un viejo senil. Creen que invento todas mis putas historias de superhéroe porque algo está fallando en mi cerebro. Ya me gustaría enseñarles lo que falla en mi cerebro de una súper-patada en sus asquerosos culos... Si al menos pudiera levantar mi pierna lo suficiente como para dársela...

Después de más de 50 años luchando por el bien y la justicia, ahora tengo que pasar los días entre dolores y miradas de lástima. Suerte que aún conservo la memoria, doy gracias por no estar como Berta, la pobre huele sus pedos y grita a quien esté a su lado porque ni siquiera recuerda haber sido ella la que se los tiró. Gracias a mi memoria paso mejor los días, recordando mis hazañas, recordando que un día, fui un superhéroe.